domingo, 30 de agosto de 2009

La corrupción del lenguaje. La corrupción, sin más. (Reflexión a raíz de la lectura del artículo de Pérez-Reverte “Tontos (y tontas) de pata negra)

George Orwell dijo en una ocasión: “Si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento”. Esto último es lo que, desafortunadamente, está sucediendo en nuestro país desde hace ya algunos años. Constituye un extraño fenómeno que no sólo se da entre miembros “y miembras” de las más altas esferas políticas (que han creado una lengua propia) sino que está afectando a colectivos en los que antaño sería impensable que algo así sucediera. Desgraciadamente, en España, la estupidez se extiende mucho más rápido que la inteligencia, el buen juicio o el sentido común. Pero ¿qué vamos a hacer? ¡Es lo que hay!
Hace ya algún tiempo Arturo Pérez-Reverte, a propósito de la metedura de pata de nuestra ministra Bibiana Aído, escribió un jugoso artículo “Las miembras y los miembros” en el que arremetía contra tales aberraciones, que son manipulaciones políticas y en absoluto cuestiones lingüísticas, fruto del total desconocimiento de las normas gramaticales y de uso de la lengua, y que tienen además su caldo de cultivo en la ignorancia, supuesta o real, de los receptores.
En aquella ocasión, nuestra ministra se refirió al incidente en los siguiente términos: "fue un lapsus y, además, una cosa graciosa; a continuación me reí". Y digo yo ¿de dónde han sacado a esta tipa? ; vergüenza ajena es lo que produjo oírla. ¡Claro que con su curriculum vitae (ninguno salvo haberse afiliado muy joven al partido y ser mujer) no es de extrañar!
La RAE, como es lógico, montó en cólera y Gregorio Salvador (reputado dialectólogo y lexicógrafo) comentó al respecto que "eso solo se le puede ocurrir a una persona carente de conocimientos gramaticales, lingüísticos y de todo tipo”. Y no le faltaba razón. Ahí está el quiz de la cuestión. La maltrecha, vilipendiada y despreciada (en España, que no fuera de ella) lengua española es una absoluta desconocida para “el conjunto de los ciudadanos” (otra estupidez políticamente correcta y masivamente usada por nuestros políticos) y, por ello, hoy en día son pocos los que están suficientemente preparados, es decir, poseen conocimiento suficiente de la lengua y juicio necesario como para percatarse y denunciar las múltiples atrocidades que a cada momento se cometen contra ella. Por eso, cuando Bibiana habla de “miembras” y de que “habría que incluir ese término en el DRAE”, nadie se inmuta; algunos, los menos, se ríen; y, lo más grave, muchos se manifiestan de acuerdo con esta señorita que muestra con tanta gracia y naturalidad su incultura.
Habría que decir a esta peña de políticos o personajes públicos que tan alegremente juegan con nuestro idioma, y a sus acólitos y admiradores, que no es lo mismo el sexo que el género, que el género es una cuestión gramatical que pertenece al ámbito de la lengua (cuya finalidad esencial es, parece necesario recordarlo, la comunicación y no la confusión,); que la lengua –digo- constituye un complejo sistema de elementos y reglas de uso compartidas por millones de personas en el mundo, que se ha formado a lo largo de siglos -sí, siglos- y que de ninguna manera se puede destruir, cambiar o manipular, de un día para otro, a gusto de un gobierno que, por medio de las diversas instituciones (llámense medios de comunicación, centros de formación u otros organismos varios) abducen o aburren al respetable para que acabe asumiendo como natural lo absurdo.
Nadie recuerda ya el origen y evolución de las palabras del español (el latín es una lengua muerta, y olvidada); pocos conocen las formas del plural o las formas del género o el uso del artículo. La gran mayoría de nuestros estudiantes, pese a los enormes esfuerzos de los profesores, no conocen su propio idioma ni saben utilizarlo. El sistema educativo que tenemos se ha olvidado de que hay que saber gramática para poder usar la lengua con corrección y propiedad, y de que es muy útil -imprescindible, diría yo- conocer la lengua madre, el origen y la evolución del español para comprender su forma actual y detectar el uso fraudulento o erróneo de la misma. Llegados a este punto, cabe preguntarse si sería posible que no se trate, en realidad, de un olvido inocente sino que esta línea de actuación obedezca a un oscuro plan cuidadosamente estudiado. Pero otro día volveré sobre esto. Hoy, lo que parece claro - y la realidad así lo demuestra- es que, lamentablemente, todos los esfuerzos de las instituciones educativas se han dedicado a cimentar y asegurar una ideología, permitiendo el deterioro de la lengua y de la cultura en general; y con ello el sentido crítico basado en un juicio fundamentado. Por otro lado, y en relación con este deterioro, no voy a entrar en el peliagudo asunto de las llamadas engañosamente comunidades bilingües en las que las nuevas generaciones (formadas en la ESO) desconocen absolutamente el español no siendo difícil encontrar en la actualidad estudiantes extranjeros que hablan nuestra lengua muchísimo mejor que los propios estudiantes catalanes, por ejemplo.
Pero el asunto es aun mucho más grave y va más allá: hoy en día, para asombro de lingüistas y estudiosos de la lengua, cualquier indocumentado puede exponer sus teorías acerca de qué es o no correcto en el uso del español; incluso, en algún caso, estos individuos se permiten indicar los cambios que en éste deben hacerse y cómo llevarlos a cabo.
Estamos en el país del “todo vale” y, lo que es aun peor, “todos valen para todo”; y esa etiqueta, tal y como van las cosas, no nos la quita nadie. Que todo el mundo tenga derecho a dar su opinión no significa que todas las opiniones tengan el mismo valor. En cuestiones de lengua lo mismo es Gregorio Salvador, por ejemplo, que Bibiana Aído. Me atrevería a decir más: las opiniones de Bibiana tienen para gran parte de la población más peso, y por lo tanto, más aceptación que las de un académico de la lengua, entre otras cosas porque esa gran parte de la población no sabe ni quién es este caballero mientras que todos conocen a los ministros, especialmente si son féminas y jóvenas, aunque no se conozca su formación o su experiencia; o, lo que es peor, carezca de ella. Se ha perdido el pudor y el sentido del ridículo por parte de los actores de esta comedia que es España. Y lo que es mucho más peligroso, que el público que asiste a la representación no sea consciente de ello.
Hoy día, gran parte de los españoles, especialmente los jóvenes y las jóvenas (que diría otro paladín – perdón, otra paladina- de la igualdad y el lenguaje no sexista, Carmen Romero), sin conocimiento, fundamento ni criterio lingüístico se tragan lo que les echen. La falta de conocimiento, de formación y de cultura los convierte en ciudadanos absolutamente manipulables mediante discursos que se defienden y difunden con palabras como igualdad, pluralidad, multiculturalidad, (no) discriminación, plurilingüismo, libertad, derechos..., y otros muchos “pluris” y “multis” que sirven para justificar cualquier teoría, idea u opinión por peregrina que sea. Estas palabras mágicas tienen el asombroso poder de hacer desaparecer aquello que las acompaña y causan el extraño efecto, en gran parte de la población, de anular la capacidad de critica o valoración del todo en el que se hallan inmersas. Cualquiera que esgrima una de esas palabras, o todas juntas, tendrá el éxito y la credibilidad asegurados, aunque su discurso esté vacío, carezca de fundamento o atente contra el sentido común. Y todos tan contentos.
Así las cosas, en mi opinión, la cuestión lingüística de la que hablamos es una batalla perdida. Pérez-Reverte lo vio claro al afirmar en su artículo del pasado domingo, “Tontos (y tontas) de pata negra, con toda la razón, que “de pura saturación terminas acostumbrándote a cualquier imbecilidad” . De nuevo ha vuelto a sacar a la palestra el problema del llamado “lenguaje no sexista” y arremete, en esta ocasión, con la claridad y mordacidad que le caracteriza, contra todos estos grupos de posmodernos ignorantes, defensores de un lenguaje políticamente correcto pero ajeno a nuestra propia lengua, entre los que, por desgracia para todos, se encuentra desde no hace mucho la propia universidad que no está dispuesta a “perder ese tren”.