sábado, 15 de octubre de 2011

La literatura electrónica: Luces y sombras

Hagan lo que hagan el Internet y la computadora no hay nada en el mundo que pueda sustituir al libro. ¿Por qué? Porque sobre la página de un libro se puede llorar, pero no se puede llorar sobre el disco duro de la computadora”.

Una cita muy romántica de un escritor al que admiro, José Saramago, pero de la que discrepo: sí se puede llorar sobre la página de un ebook; aunque no es recomendable.

Bromas aparte, las palabras del filósofo portugués nos incitan a reflexionar sobre la verdadera esencia del hecho literario, es decir, a preguntarnos si la literatura pierde su valor al cambiar el vehículo a través del cual se trasmite.

La historia ofrece una respuesta clara a esta cuestión pues parece obvio que la literatura no desapareció sino, muy al contrario, creció, con cada una de las transformaciones sufridas por ella a lo largo del tiempo: con la sustitución de la tablilla de arcilla, madera o hueso por el papiro, pergamino o papel; o con la invención de la imprenta –por cierto, atribuida en occidente a Gutenberg pero realmente originada en China, donde a mediados del siglo I, Bì Shēng ideó un sistema de piezas móviles de porcelana que reproducían caracteres de esa compleja lengua– que supuso el fin de una época, la de los copistas, y dio, con su producto estrella, el libro, el empujón definitivo a lo que hoy conocemos como literatura de masas. Igualmente, la imprenta artesanal daría paso a la industrial en el siglo XIX lo que supuso otra transformación importante de cara a la comodidad y distribución. De cualquier forma, el libro ha permanecido inmutable como vehículo de trasmisión cultural durante casi cinco siglos.

Hace tiempo leí en algún lugar que la historia de la literatura es “la historia del conocimiento que ha ido pasando de una ubicación a otra, de un formato a otro: palabra oral, piedra/paredes, grandes bibliotecas de la antigüedad y de la actualidad y ahora el conocimiento está en internet”. Y de este modo, también en los últimos tiempos han aparecido nuevos soportes para la lectura, más cómodos y eficaces, que han dividido a la opinión pública en defensores y detractores de la llamada “literatura digital o electrónica” cuyo formato más popular es el ebook, si bien hay otros que, en un momento dado, pueden utilizarse para este fin: teléfono móvil, tablet, iPad, iPhone, ordenador; y el caso es que, nos guste o no, estos nuevos soportes se están imponiendo y haciendo un hueco en el mercado y en el corazón de los lectores.

No obstante, un soporte es sólo eso: el medio por el que el hombre en cada momento ha intentado dejar constancia de su pensamiento racional, imaginativo o creador, con la intención de que lo que fue en su origen oral no desapareciera. La transformación que dicho soporte ha sufrido a lo largo del tiempo no ha respondido sino a la necesidad de buscar el método más adecuado y eficaz para guardar y trasmitir ese pensamiento, y para que fuera trasmitido y recibido por un mayor número de personas.

Pero volviendo a la cita inicial de Saramago –que es representativa de la opinión de un amplio sector de población y en especial de los que de alguna manera están relacionados con la literatura– la verdadera cuestión, a mi juicio, del rechazo a la nueva forma de leer estriba en que el ser humano siempre se ha mostrado reacio a los cambios, ya sea por comodidad o por miedo y, como he señalado, desde la invención de la imprenta, el libro ha sido el instrumento utilizado como vehículo de trasmisión cultural –además de un símbolo de estatus y un icono cultural– y cuesta desechar definitivamente el objeto que ha representado durante varios siglos el mejor método conocido de difusión de la literatura; muchos de los que ahora pasamos de la veintena o treintena estamos acostumbrados a usar unos instrumentos con los que hemos crecido, nos hemos formado y con los que nos sentimos cómodos, y por ello todo lo que desconocemos y no controlamos se nos resiste; pero los jóvenes han vivido otro mundo diferente, han nacido en la era digital, en el mundo de las llamadas “nuevas tecnologías” –aunque hoy ya no lo sean, “nuevas”, digo– y conciben el mundo de una manera muy diferente: hoy prima lo práctico, lo útil y eficiente, y es obvio que, en ese sentido, un ebook gana “por goleada” al libro tradicional.

Debo confesar que yo también fui una romántica que atacó con fiereza los dispositivos que iban poco a poco ocupando el lugar de nuestros familiares aparatos, y transformando lo que había sido nuestro mundo conocido en un montón de incógnitas; me mostré excéptica cuando –allá por los ’90– el ordenador comenzó a suplantar en los escritorios juveniles a la vieja Olivetti, cuando desapareció el vinilo y el casette y los primeros CD’s se mostraban orgullosos en los escaparates de los grandes almacenes, cuando los mp3 y pendrives desbancaron a todo lo demás y cuando el primer ebook tomó el relevo del libro en papel, tímidamente, al principio, en las pantallas del ordenador y posteriormente, ya pisando firme, en su propio soporte; defendí, en su día, que un lector de libros electrónicos nunca podría suplantar el placer de tocar la hoja de papel, el sonido que producía su movimiento y el olor que emanaba del libro recién comprado o recién abierto; yo, profesora de literatura, me escandalicé cuando comenzaron a sustituir virtualmente –¡Dios, qué palabra!– a nuestros “empolvados” ejemplares de los clásicos y cuando me vi a mí misma consultando textos en el ordenador; me parecía una profanación leer a Shakespeare, a Cervantes, a Góngora o a Delibes en una pantalla, aunque fuera de tinta electrónica tan similar a la hoja de papel.

Pero hoy estoy convencida de que estamos asistiendo –nos guste o no– a un cambio similar al que produjo la imprenta en el siglo XV, una trasformación que no tiene marcha atrás; y creo además que el libro, tal y como lo conocemos hoy, quedará relegado en un futuro más o menos próximo, a bibliotecas de románticos y coleccionistas.

El libro digital, y con él la literatura electrónica, se extiende a velocidad de vértigo. Es un hecho. Y como muestra de ello podríamos recordar la reciente llegada a nuestro país de la mayor librería del mundo online, que paradógicamente ha comenzado a trabajar en nuestro país con la venta de libros en papel y otros materiales físicos para ir poco a poco preparando la venta de libros en formato electrónico a través de una librería digital que incluye ya miles de ejemplares y que si abre mercado en España y otros países de habla hispana supondrá, por otro lado, un buen empujón para la expansión de nuestra lengua.

Por otro lado, la Asociación de Editores de Estados Unidos ha dado a conocer las cifras de ventas durante la primera mitad del 2011: los libros electrónicos han gozado de un aumento del 161% de ventas con respecto al año anterior; mientras los libros impresos no dejan de caer: en un 64% los de tapa blanda y un 25% los de tapa dura. En España, que no es un país donde tenga tradición el comercio electrónico, el volumen de negocio alcanzó los 2.055 millones de euros en el primer trimestre del 2011 y creció un 23,1% respecto al mismo período del año anterior según datos de la CMT, no obstante aún está muy lejos de los 38.000 millones de dólares que este sector supuso en EEUU en el mismo periodo.

Ante estos datos, de lo que no cabe duda es de que se está produciendo un cambio sustancial a nivel mundial en lo que respecta a la literatura y a la forma de leer, como ya ocurrió anteriormente con la música o el cine.

Pero no todo es tan fácil ni está tan claro. La literatura electrónica tiene ventajas e inconvenientes o, al menos, los tiene desde el hoy en el que convive con el papel.

Es cierto que leer con un libro entre las manos, pasar sus páginas, produce –a los que nos gusta la lectura– un cierto placer que, sin embargo, nada tiene que ver con la emoción que trasmite la palabra sino más bien con otras cuestiones de tipo cultural a las que de algún modo he aludido anteriormente. Hemos de partir de que ambas, libro tradicional e ebook, ofrecen lo mismo, lo principal: “leer “, y no creo que haya nadie tan ignorante que desdeñe completamente ni la una ni la otra. Ambas tienen sus luces y sus sombras.

Hace algún tiempo Arturo Pérez Reverte, tan directo, radical y deslenguado como acostumbra afirmó –según he podido leer en internet– que los verdaderos lectores son los que lo hacen en papel pues “quien crea que la felicidad de acariciar los lomos de piel o cartón y hojear páginas de papel, puede sustituirse por un chisme de plástico con un millón de libros electrónicos dentro, no tiene ni puta idea. Ni de qué es un lector, ni de qué es un libro” ; y concluye: “Estoy harto de toparme con pantallas en todas partes, hasta en el bolsillo, y me niego a transformar mi biblioteca en un cibercafé“. No entiendo muy bien en qué se basa para tal afirmación, o qué supone ser un “verdadero lector” –dedicaré otro artículo a ello–, no obstante, dudo mucho de que tal afirmación pase de ser una pataleta o una mera provocación.

El ebook ofrece prestaciones muy útiles para la vida actual, por ejemplo, la comodidad de poder irse de vacaciones sin una maleta llena de libros o la posibilidad de leer en cualquier momento y lugar el texto que nos apetezca ya que dado su tamaño, peso y autonomía cualquiera puede llevar uno encima sin mayor problema; además ofrece otras posibilidades como oír música, ver una película o navegar por internet con el mismo aparato. Igualmente, el ahorro de espacio en una biblioteca pública o privada es una cuestión fundamental para defender la literatura electrónica dado el precio del suelo y el tamaño de los pisos particulares hoy día; si bien es cierto que un libro electrónico o un disco duro en el que almacenar la biblioteca digital no será jamás tan decorativo y jactancioso como toda una pared de estanterías repletas de volúmenes, cuanto más antiguos, mejor. (Y conste que yo poseo una biblioteca tradicional en casa, de la que no creo que me desprenda jamás y que aún sigue incrementando sus fondos).

Otra ventaja del libro electrónico frente al tradicional es la facilidad para localizar cualquier texto y poder disponer de él al instante mediante su adquisición en alguna de las librerías virtuales que proliferan en la red. El ebook es la opción más cómoda y barata hoy día de adquirir y leer un libro y permite, además, el acceso a millones de ejemplares en todo el mundo y en todas las lenguas.

Finalmente me parece una cuestión fundamental mencionar el ahorro que este tipo de literatura supondría en papel con el consiguiente beneficio para nuestro entorno, ya que se reduciría considerablemente la tala de árboles evitando así la deforestación de los bosques y el deterioro del medioambiente.

Pero no todo son ventajas, y algunas de las características anteriores esconden un lado oscuro que los detractores de los libros electrónicos esgrimen para defender su postura, no sin razón.

La facilidad de circulación de este tipo de literatura a través de la red provoca conflictos de intereses especialmente entre los usuarios y las empresas editoriales e incluso los propios autores; me refiero al llamado “pirateo” por el que cualquiera puede conseguir de manera fraudulenta y gratuita cientos de ejemplares que circulan descontrolados por el ciberespacio con el consiguiente perjuicio económico tanto para la industria como para los escritores que ven menguados sus ingresos.

Este es un problema –los derechos de autor en internet, los lectores en línea o los editores digitales– que hoy día está en el aire y verdaderamente es preocupante pero al que, no me cabe duda, se encontrará solución cuando los mercados y las nuevas fórmulas se asienten y estabilicen.

No obstante, debemos recordar también que la red ofrece posibilidades extraordinarias no solo a los lectores sino también a muchos escritores desconocidos que tienen la posibilidad de publicar y dar a conocer su obra convirtiéndose en libreros y autogestionando su publicación sin tener que entrar en el juego editorial. Algunos consagrados ya lo hacen también como Alberto Vázquez Figueroa que ha subido a una conocida plataforma editorial online de autopublicación de libros en español más de 20 obras de descarga gratuita, algunas de los cuales se han publicado en exclusiva con esta web. Otro ejemplo de la difusión de la literatura digital es el esfuerzo de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que lidera la digitalización del patrimonio literario hispánico y lo ofrece con acceso libre desde Internet.

En resumen, estoy convencida de que con el tiempo la edición y, sobre todo, la lectura electrónica se impondrá sobre la lectura en papel que pasará a segundo plano como en su día lo hiciera la tablilla, el papiro o la piel; creo que al igual que desaparecieron los copistas en favor de una máquina artesana llamada imprenta y que esta dejó paso posteriormente a la máquina industrial, la forma de leer cambiará y el llamado “mundo editorial” tal como lo conocemos hoy se transformará y adaptará o desaparecerá, pero para ello, sobre todo, tendremos que “cambiar el chip” y aceptar que está variando un asunto que creíamos inmutable. Hoy día nadie se plantea comprar discos de vinilo en vez de CD’s o mp3, escribir con pluma de ave en vez de con bolígrafo y las cabinas de teléfono prácticamente han desaparecido. Quizá el cambio tarde más o menos en llegar, pero estoy segura de que llegará. Y será bueno.

Considero que la esencia de la literatura no está en acariciar el lomo del libro –aunque produzca placer hacerlo y sea con lo que hemos vivido y a lo que estamos acostumbrados-, sino en lo que trasmite con la palabra, sea cual sea la forma en que se presenta, el conocimiento que se deriva de su uso, y considero también que es fundamental para el progreso de la humanidad que pueda llegar a todo el mundo, que sea universal. Por ello me quedo, para terminar, con esta frase del escritor hondureño Salvador Madrid:

No hay que desconfiar ni hay que temerle a las versiones nuevas de la tecnología, importa la lectura, importa lo valioso que la lectura nos enseña, lo demás es un soporte. Creo que si todas las bibliotecas se volvieran virtuales eso sería maravilloso, la cultura se volvería mucho más democrática, mucho más barata”.