El
poeta nicaragüense Ernesto Cardenal ha sido recientemente galardonado con el premio
Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, rompiendo en esta XXI edición con la ya tradicional costumbre de alternar el
homenaje entre un poeta español y otro hispanoamericano -el pasado año lo recibió la escritora cubana
Fina García Marruz- hecho no se repetía desde que en 1995 y 1996 los recibieran José Hierro y Ángel González respectivamente.
El
premio Reina Sofía con el que la Universidad de Salamanca y el Patrimonio
Nacional reconocen “la obra literaria de
un autor vivo que por su valor supone una aportación importante al patrimonio
cultural de Iberoamérica y España”, según reza en sus bases, cuenta entre
sus laureados con nombres como Claudio
Rodríguez, José Ángel Valente, Mario Benedetti, Pere Gimferrer, Nicanor Parra o
Francisco Brines a los que ahora hay que
añadir el nombre de Ernesto Cardenal.
No
es la primera vez que el escritor recibe un premio de este nivel si bien, en
opinión de muchos, su obra no ha recibido hasta el momento el reconocimiento
que merece. Aunque ganador en 1965 del Rubén Darío, máximo galardón de las
letras nicaragüenses; nominado en 2005 al
Nobel de Literatura -escritores como
Sábato y Delibes apoyaron esta nominación- o finalista del Cervantes, el propio escritor ha
confesado recientemente en una
entrevista concedida al periódico ABC que
en 2009, año en que se le entregó el Premio Iberoamericano de Poesía
Pablo Neruda en Chile, se
jactó de “ser el poeta menos premiado de
la lengua castellana”.
El
escritor Jaime Siles, miembro del jurado, comentó, tras hacerse público el
fallo del certamen, que el nombre de Ernesto Cardenal faltaba en ese premio
pues "es un poeta de una obra muy amplia
y un gran traductor de los clásicos. Ha sido todo un símbolo de un momento
histórico, cuya calidad ha sido hoy reconocida".
Este
galardón supone un reconocimiento no sólo al escritor sino a una de las figuras
más emblemáticas de la lucha por la igualdad de los hombres y por la libertad
del individuo en Hispanoamérica; su poesía, con un lenguaje cercano y
coloquial, sencillo y claro, universal y directo, pero sobre todo muy valiente, ha servido para llevar a todas partes su mensaje social y su propia
visión del mundo. A través de ella
percibimos una figura de gran calidad
humana y firme compromiso ético, desvelándose al mismo tiempo un autor que ha
sabido conjugar a través del lenguaje, como en la propia vida, las que ha considerado
sus tres pasiones: poesía, Dios y revolución, en ese orden.
Artista
polifacético, escultor, sacerdote, político, teólogo, traductor, escritor, y revolucionario, como él mismo se
define ante todo, ha recibido otros
reconocimientos a su trayectoria personal y compromiso vital como el Premio de
la Paz de la R.F. de Alemania, el Premio por la Paz de la Asociación de las
Naciones Unidas, en España, o la Orden José Martí, la mayor distinción que
concede el Estado cubano; ha sido investido Doctor Honoris Causa por la
Universidad de Granada (España), la Universidad Nacional de Costa Rica, la
Universidad Autónoma Latinoamericana de Colombia y la Universidad Veracruzana
de México, en reconocimiento a sus aportaciones a las letras universales. La IX edición del Festival Internacional de Poesía, que tendrá lugar en
el 2013 en la colonial ciudad de Granada, en Nicaragua, estará dedicada a este
escritor. Así mismo ejerce el cargo de Presidente
Honorífico en varias instituciones como, por ejemplo, la Red Internacional de
Escritores por la Tierra (RIET). Finalmente, es desde el 2010 miembro de la
Academia Mexicana de Lengua.
Para
comprender en toda su extensión la poesía del escritor nicaragüense y la
concesión de este premio es imprescindible hacer un breve repaso de algunos
acontecimientos de su vida que han sido determinantes en su obra y que se han visto de una u otra forma
reflejados en ella.
Ernesto
Cardenal Martínez nace en Granada (Nicaragua) en 1925, en el seno de una acomodado familia
burguesa lo que le permitió estudiar en colegios religiosos de
su país, primero, y posteriormente continuar su formación en el extranjero,
Filosofía y Letras en Méjico y Doctorado de Literatura Inglesa en Nueva York,
así como viajar por España, Francia, Italia y Suiza. Aficionado desde muy joven a la poesía escribe
su primer poema con tan sólo siete años y las primeras publicaciones verán la
luz en revistas mejicanas de los años 40.
En
1950, tras viajar por Europa, vuelve a
Nicaragua y se involucra en política –aunque siempre se haya considerado un
revolucionario y no un político- en contra de la dictadura de Somoza lo que le
lleva a participar en el asalto al Palacio Presidencial en la revolución de
abril del 54; a partir de ese momento el escritor continuará defendiendo la causa como miembro destacado del Frente Sandinista de Liberación.
Tras
el fracasado golpe de estado en el que mueren varios amigos y compañeros, se retira a un monasterio trapense en Kentucky bajo
la guía espiritual de su maestro y mentor
Thomas Merton, monje poeta y autor exitoso, cuya influencia fue fundamental
para el escritor pues de su mano descubrirá un nuevo modo de pensar basado en
que la contemplación no se sitúa fuera del mundo sino en y por el mundo y lo
contemplativo no debe de ningún modo ser ajeno a los problemas sociales y
políticos; esta máxima que marcará su
vida de ahora en adelante se sitúa muy próximo al socialismo más radical. Así, en
palabras de Cardenal, el descubrimiento de Dios lo llevó a descubrir la
revolución.
En 1959 abandona Kentucky
y se traslada a Méjico para cursar estudios de Teología que culminan con su
ordenación como sacerdote en 1965.
Se
retira entonces a una isla de Solentiname (un pequeño archipiélago en el lago
de Nicaragua, comprado por Cardenal en 1959 y posteriormente cedido a la APDS
(Asociación para el Desarrollo de Solentiname) donde, acorde con la doctrina
trapense, funda una comunidad religiosa, agrícola, artística y contemplativa
-pero guerrillera- muy similar a las primitivas comunidades
cristianas en su ideario y en su funcionamiento. Constituida principalmente por
campesinos y artistas locales, que implantaron un sistema de cooperativa, pronto
comenzó a recibir visitantes del exterior por lo que se construyó una casa de
huéspedes además de una biblioteca (el nombre Solentiname proviene del náhuatl
Celentinametl, que significa "lugar de muchos huéspedes",
"lugar de descanso" o "lugar de hospedaje") Fue fundamental
para el desarrollo de la comuna el fomento del arte como forma espiritual de acercamiento
a Dios, promoviendo la pintura primitivista (pintura de los pueblos aborígenes
de la zona que no poseían conocimiento teórico de arte) que será conocida con
el tiempo en todo el mundo, así como la escultura y la poesía. Pronto, esta
pequeña agrupación se constituirá en un importante foco de la revolución de la
vida cultural y religiosa iberoamericana.
Pero
Solentiname fue algo más; durante esta etapa Cardenal adquiere una mayor relevancia
en su papel social y, desde la religión, retoma su actitud políticamente activa
sirviéndose de las asambleas y reuniones en las que instruye a los asistentes no
sólo en aspectos religiosos o espirituales sino también sociales y políticos, analizando
la situación social desde presupuestos marxistas, mediante la lectura compaginada
de textos del evangelio con otros de figuras relevantes como Marx, Fidel Castro
o Mao Tse Tung. De su estancia y actividades en la isla deja constancia una de
sus obras más conocidas que lleva por título El evangelio en Solentiname.
Pero
pese a la fundación de esta comunidad de carácter social, no fue hasta 1970, durante un
viaje a Cuba, cuando realmente descubre
el marxismo como único camino para la verdadera
transformación social lo que, siendo sacerdote como era, supuso un problema de conciencia pues ambas
doctrinas parece que debieran funcionar separadas. La respuesta personal a esta
disyuntiva se le reveló a través de los postulados de la Teología de la
Liberación, a la que pronto se adhirió – y de la que llegó a ser uno de los
máximos representantes y defensores- pues en ella entendió verdaderamente que
marxismo y fe no son incompatibles y que
es posible una revolución social desde una postura cristiana, aunque ajena al
catolicismo que defiende la Iglesia de Roma.
En
su obra Lo que fue Solentiname: Carta al pueblo de Nicaragua el cura
guerrero lo relata así:
“Llegué
con otros dos compañeros hace doce años a Solentiname para fundar allí una
pequeña comunidad contemplativa. Contemplación quiere decir unión con Dios.
Pronto nos dimos cuenta que esa unión con Dios nos llevaba en primer lugar a la
unión con los campesinos, muy pobres y abandonados, que vivían dispersos en las
riberas del archipiélago. La contemplación también nos llevó después a un
compromiso político: la contemplación nos llevó a la revolución; y así tenía
que ser, si no, hubiera sido falsa. Mi antiguo maestro de novicios Thomas
Merton, inspirador y director espiritual de esa fundación, me había dicho que
en América Latina el contemplativo no podía estar ajeno a las luchas políticas.
Al principio nosotros habíamos preferido una revolución con métodos de
lucha no violenta (aunque sin desconocer el principio tradicional de la Iglesia
de la guerra justa, y el derecho a la legítima defensa de los individuos y de
los pueblos). Pero después nos fuimos dando cuenta que en Nicaragua actualmente
la lucha no violenta no es practicable. Y el mismo Ghandi estaría de acuerdo
con nosotros. En realidad, todo auténtico revolucionario prefiere la no
violencia a la violencia; pero no siempre se tiene la libertad de escoger.
Lo que más nos radicalizó políticamente fue el Evangelio. Todos los
domingos en la misa comentábamos con los campesinos en forma de diálogo el
Evangelio, y ellos con admirable sencillez y profundidad teológica comenzaron a
entender la esencia del mensaje evangélico: el anuncio del reino de Dios. Esto es:
el establecimiento en la tierra de una sociedad justa, sin explotadores ni
explotados, con todos los bienes en común, como la sociedad que vivieron los
primeros cristianos. “
En
esta primera etapa del lago se forja más si cabe el espíritu de rebeldía y
lucha que habría de conjugar con una profunda defensa de la fe si bien no el sentido
de fe impuesto desde el Vaticano al que consideraba tan tirano e
indiferente ante los problemas de los
más desfavorecidos como cualquier dictador político y cuya forma de entender la
religión fue calificada recientemente por el artista como “una caricatura del cristianismo verdadero”.
Cuando
el 19 de julio de 1979 triunfa la
revolución, Ernesto Cardenal es nombrado
Ministro de Cultura de la Junta de Gobierno de Nicaragua, cargo que ocupará
durante 8 años. Su labor al frente de este Ministerio fue fundamental para el
pueblo nicaragüense pues supuso un esfuerzo sin precedentes por extender la
cultura a todos los rincones del país y a todas las capas sociales,
especialmente de zonas rurales, a través de numerosas campañas de alfabetización que
lograron movilizar a la población que pronto, por propia iniciativa, comenzó
a fundar Casas de Cultura y crear Talleres de Poesía por toda la nación,
en el firme convencimiento de que sólo un pueblo culto puede asegurar un futuro
digno y construir una sociedad libre y justa. En palabras de Julio
Cortázar “se empujó la palabra
cultura a la calle como si fuese un carrito de helados o de frutas”.
Cardenal
siempre se mostró, por otro lado, muy crítico con la manipulación ideológica
que a través de la cultura ejerció el régimen somozista, durante el cual, por
ejemplo, era imposible encontrar algún
tipo de lecturas que no fueran libros con las teorías marxistas. Sobre ello el
propio Cardenal declararía que "más
malo que no poder leer a Marx es tener que leer sólo a Marx".
De
esa época como ministro data uno de los episodios más conocidos de su vida que lo
llevó a enfrentarse abiertamente a la Iglesia de Roma cuando Juan Pablo II a
su llegada a Nicaragua en 1983, al pie del avión y ante las cámaras de todas
las televisiones del mundo, reprendió y humilló al escritor (sacerdote
católico) por apoyar la causa sandinista y mezclar la revolución política con
la religión, una revolución con sacerdotes al frente, una revolución
“cristiana”. En 1985 fue suspendido “a divinis” por el Vaticano, que consideró
incompatible su cargo político con su misión sacerdotal.
El
propio Cardenal ha expuesto su opinión al respecto señalando que el verdadero motivo de la visita del Papa a su
país no fue otro que un intento de acabar con la revolución y desprestigiar al
nuevo gobierno, en la errónea creencia de que si mostraba públicamente su
desacuerdo con ella, los católicos se posicionarían contrarios a este; pero el
pueblo mostró su apoyo a Ortega desoyendo la voz de Juan Pablo II lo que supuso
un serio revés para la Iglesia Católica. Todos estos hechos desafortunados no
consiguieron sino ennoblecer una figura que
pasó a ser conocida más allá de sus fronteras.
Para
este religioso socialista, como para gran parte de los nicaragüenses, la idea de una revolución no estaba reñida en
sus consciencias con la fe. La causa del movimiento sandinista era también la
causa cristiana, un movimiento que solo perseguía la libertad y la igualdad
para todos los seres humano y ese es precisamente el auténtico mensaje del evangelio
de Jesús. El escritor británico Graham Greene en una reunión de escritores celebrada
en Moscú afirmó que "en Centroamérica se estaba borrando la
contradicción entre cristianismo y marxismo"; y el propio Cardenal, al final del tercer
tomo de sus memorias, Revolución perdida, concluye: “Toda
revolución nos acerca al Reino de los Cielos, aun una revolución perdida. Habrá
más revoluciones.”
Pero
el compromiso que constituyó la consigna de su vida y que le llevó a defender
las causas de los movimientos de liberación popular tanto en su país como en otros,
pronto se vio afectado por el giro que el gobierno sandinista comenzó a aplicar
a su política convirtiéndose en la misma
tiranía contra la que Cardenal había luchado. El escritor abandona el FSLP por
el autoritarismo y la corrupción de Daniel Ortega y se adhiere al MRS
(Movimiento Renovador Sandinista, una de las dos ramas en las que se dividió el
antiguo Frente de Liberación que estaba representada por los “sandinistas
ilustrados” liderados por el novelista Sergio Ramírez, y que contaba entre sus fundadores con la también
poetisa y revolucionaria Gioconda Belli.
Estos
apuntes biográficos ofrecen una visión
bastante concreta de lo que ha significado la persona de Ernesto Cardenal en
Hispanoamérica y nos facilita el
acercamiento y la interpretación de su obra; no obstante, debo señalar que
suelo recelar de aquellos escritores cuya fama literaria es superada con creces
por otras facetas de su vida generalmente más conocidas y a las que su nombre
es automáticamente asociado (siempre me asalta la duda del valor literario real
y objetivo de su obra y de la independencia de aquellos que la juzgan respecto
a otros aspectos extraliterarios); nuestra Historia de las letras ofrece
algunos ejemplos cuyos nombres no citaré por no herir sensibilidades o suscitar
polémica. Y es esto lo que sucede con la figura de Ernesto Cardenal, conocida en gran parte del mundo más por su
proyección socio-política que por su obra poética; cualquier ciudadano europeo,
por ejemplo, conoce la imagen del cura-poeta con aspecto de guerrillero fiel
desde hace años a su indumentaria: boina negra, cabellera, bigote y barba
canosa, camisola blanca y sandalias, vinculado a movimientos revolucionarios y
a la disidencia política; pero no son tantos los que han leído su obra escrita. Quizá este premio sirva para que esta
faceta deje de ser la menos conocida.
La
poesía de Ernesto Cardenal, como él mismo ha señalado, “no es muy lírica”; es una poesía de la realidad, del objeto más que
del sujeto, una poesía de la vida misma y por eso en ella cabe todo, desde la
lucha ideológica (“Las riquezas
injustas”) a los guiños a la cultura más pop o contracultura (“Oración por Marilyn Monroe”), desde los
temas más profanos (“De estos cines,
Claudia”) a los místicos o filosóficos (“Canto
cósmico”), desde la reivindicación socio-política (“Hora cero”), al amor (“Nuestras
relaciones”) o desde la fe más profunda y la espiritualidad (“Salmos”) a los deseos carnales (“Anoche soñé con un coito”). Pero, ¿de
dónde viene esta forma de entender la poesía?
El propio escritor ha manifestado en numerosas ocasiones que esta
concepción abierta y liberal del hecho literario se debe esencialmente a la
influencia de la literatura norteamericana, en concreto a Ezra Pound, uno de
los primeros poetas en emplear con éxito el verso libre en composiciones
extensas y romper la barrera entre prosa
y verso, al que Cardenal tradujo al
español:
“Ezra
se consideraba un hombre reducido a fragmentos e imaginaba el universo como un
poema roto. Para recomponerlo lo reducía todo a poesía, su propia vida, las
noticias de los periódicos, los datos de la economía, los episodios de la
Biblia, las cotizaciones de Wall Street, los partes meteorológicos, la
filosofía de Lao Tse, el carro de la basura, la gloria de los griegos y todos
los desechos de la historia.”
Así
pues, como ya he señalado, es esta una poesía que abarca todo, tanto en lo
referente a las formas -si bien Cardenal usa el verso como unidad básica de sus
creaciones- como al fondo, pues en su obra no existen temas o elementos que sean propios
de la prosa y otros que sean propios de la poesía. Todo lo que se puede decir
en una novela, un cuento, un artículo o un ensayo puede también decirse en un poema. En él caben
datos estadísticos, fragmentos de cartas, editoriales, noticias periodísticas,
crónicas de historias, documentos, chistes o anécdotas, que tradicionalmente
han sido consideradas como elementos propios y exclusivos de la prosa.
Para
ello se sirve de un lenguaje cercano y coloquial, sencillo y claro, universal,
nada hermético nada oscuro; valiente como él mismo. Y es precisamente esa forma
de hacer y de entender la poesía la que
ha logrado acercar a todos los rincones
su mensaje social. La obra de Ernesto Cardenal, incluso en sus más terribles
circunstancias, es aquella que narra la tortura de un ser humano (un campesino,
un revolucionario, un hombre común), el asesinato de un héroe, o la amargura de
un hombre abandonado. Es pues, una poesía en la que tienen cabida todos los
temas y todos los tiempos, y es además receptiva de la realidad sea cual sea esta
y sea como sea de dura. Una poesía, en fin,
abierta al mundo y que hace de él una obra de arte.
Actualmente,
el poeta nicaragüense es considerado el
máximo representante de una corriente poética denominada Exteriorismo,
cuya esencia consiste en priorizar lo concreto frente a la abstracción de la
metáfora, algo similar a lo que se
podría llamar la anti-poesía. Se trata, en sus propias palabras, “de una poesía
objetiva: narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con
cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos y datos exactos y
cifras y hechos y dichos”. Es, en fin, la poesía impura.
Como
él mismo ha
reconocido en numerosas ocasiones, fue el poeta nicaragüense José Coronel
Urtecho, al que considera su maestro, el
que le enseñó las técnicas de una poesía de periodista, escrita con imágenes,
no con metáforas, directa y concreta, que trata de cosas reales y la vida
cotidiana, y que estructuralmente rechaza la rima e incluso a la regularidad
del ritmo en el poema.
Para
Cardenal, el Exteriorismo “no es un ismo ni una escuela literaria. Es
una palabra creada en Nicaragua para designar el tipo de poesía que nosotros
preferimos. El Exteriorismo es la poesía creada con las imágenes del mundo
exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo general, el mundo
específico de la poesía”.
Y
es efectivamente este mundo el que el lector percibe cuando se acerca a la obra
de Ernesto Cardenal, un poeta cuya
figura va más allá de su mera labor literaria, un hombre que se siente libre y
piensa como tal, un escritor que no ha dejado de sorprender al mundo con su
proyecto teológico-político y su compromiso social.
Este
galardón que acaba de recibir supone el reconocimiento de una faceta menos
conocida por el gran público, que aclama una obra valiente y comprometida, personal y
social al mismo tiempo, repleta de matices y con una extraordinaria variedad de
registros, arriesgada y vanguardista pero, a la vez, “sobrecogedoramente humana”:
“Si algún impacto tiene mi obra es por razones extraliterarias. Yo no soy
grande como escritor, pero es grande la causa que inspira mi poesía: la causa
de los pobres y de la liberación”