lunes, 23 de julio de 2012

“El asombroso viaje de Pomponio Flato”, de Eduardo Mendoza

 Siglo I de nuestra era. Pomponio Flato, “ciudadano romano, del orden ecuestre, fisiólogo de profesión y filósofo por inclinación” – como él mismo se presenta - recorre los confines del Imperio tratando de localizar un arroyo de aguas milagrosas que pongan fin a sus muy molestos problemas intestinales, a saber, diarrea pertinaz y gases descontrolados. Con ese fin se desplaza de una provincia a otra siguiendo las indicaciones de un papiro descubierto en la tumba de un ciudadano etrusco en el que se describen las excepcionales propiedades curativas de las aguas de dicho manantial. La búsqueda se convierte en un interminable viaje que se torna “asombroso” conforme se van sucediendo en él una serie de  extraños sucesos que culminan con el encuentro de una peculiar familia.
Durante su investigación utiliza el método empírico en su propia persona con el consecuente empeoramiento del estado que intenta atajar con el hallazgo de tan fantástico y estrafalario remedio así como un constante deterioro de la salud que a veces lo lleva al extremo de poner en serio  peligro su vida ya  por problemas internos de su propio organismo, ya por contratiempos externos con que se topa en sus andanzas:
“Después de un día de viaje a caballo llegué solo al lugar por donde discurren esta aguas, me apeé y me apresuré a beber dos vasos, ya que el primero no parecía surtir ningún efecto. Al cabo de un rato se me enturbia la vista, el corazón me late con fuerza y mi cuerpo aumenta groseramente de tamaño a consecuencia de haberse interceptado los conductos internos. (…) Llevaba un rato así cuando oí una poderosa detonación procedente de mi propio organismo y salí disparado de mi cabalgadura con tal violencia que fui a caer a unos veinte pasos del animal, el cual, presa del espanto, partió al galope dejándome maltrecho e inconsciente.”
De todo cuanto le acontece en tan absurdo periplo va dando puntual cuenta a través de una extensa carta que dirige a un amigo llamado Fabio y que conforma la novela. En ella se ocupa de explicar a su colega con gran precisión tanto las costumbres de las gentes que conoce como los lugares que recorre, además de los episodios que le suceden en cada uno de ellos o las reflexiones y conclusiones que él mismo extrae de los acontecimientos. Así, por ejemplo, de un grupo nómada de árabes nabateos, con cuya caravana viaja cinco jornadas, destaca la humanidad y buen hacer pues durante la travesía “si alguno enferma de gravedad lo abandonan en un oasis con un odre de agua y un puñado de dátiles y la esperanza de que pase por allí otra caravana y reponga las parcas vituallas de su camarada.”  Pero de este comportamiento se deriva una trágica consecuencia que por otro lado aporta a la descripción del episodio el toque de gracia: “Como esto no sucede casi nunca, en los oasis que jalonan su ruta no es raro encontrar esqueletos rodeados de pepitas de dátil”
A lo largo de las muchas jornadas de viaje nuestro protagonista se ve sorprendido por las ajenas costumbres de los extranjeros con los que convive, a los que observa y estudia con la precisión de un antropólogo ofreciendo puntual información epistolar a su amigo en la distancia a través de exposiciones cargadas de humor e ironía surgidos del contraste entre las costumbres bárbaras que descubre y la exquisita educación y forma de entender la vida de un romano de clase alta.
Pero el episodio más peculiar, núcleo central de la historia, es el que tiene lugar tras el fortuito encuentro con el tribuno Apio Pulcro y que acontece en una pequeña aldea de Galilea (una de las cuatro zonas en que por aquel entonces se dividía la región de Palestina) llamada Nazaret a donde llega acompañando al tribuno que viaja desde Cesarea para supervisar la sentencia a muerte dictada por el Sanedrín contra un carpintero del pueblo acusado de haber asesinado a un rico e influyente ciudadano llamado Epulón. Paradójicamente, el propio reo ha sido obligado por la justicia a construir la cruz en la que recibirá su castigo pues el pueblo carece de ellas así como de otro carpintero que pueda fabricarla.
Y es en ese momento cuando realmente comienza su asombrosa aventura al verse inmerso en una trama detectivesca instigado y, muy a su pesar, acompañado de un pequeño ayudante y lazarillo llamado Jesús, un niño insoportable y raro, único hijo del carpintero, que “contrata” al filósofo para que demuestre la inocencia de su padre convencido como está de ella. El pequeño, al que Pomponio describe como “rabicundo, mofletudo, con ojos claros, pelo rubio ensortijado y orejas de soplillo” no ceja en su empeño hasta que consigue que el romano –al que llama “raboni”(maestro)- le promete descubrir al verdadero culpable del crimen.
La investigación se va complicando a medida que avanzan las pesquisas y a ella se van sumando personajes diversos, de los que gran parte, aunque se presentan con nombres inventados, son fácilmente reconocibles e identificados por el lector. Todos resultan finalmente estar relacionados de una u otra forma en una trama disparatada, entretenida, original y muy divertida. Tanto los protagonistas como las situaciones en las que se presentan aparecen tratados en clave de humor y constituyen las piezas de un puzzle que poco  a poco van encajando en su lugar hasta completarse, desvelando así el enigna, con  un conflicto bien resuelto y un desenlace sorprendente.
A lo largo de la historia son frecuentes –de hecho constituyen la base de la novela y una de las bazas más importantes del humor que emana de sus páginas- las referencias a diferentes episodios y personajes del Nuevo Testamento comenzando por el misterioso embarazo de María, la joven esposa del carpintero homicida, y el nacimiento del pequeño Jesús; la prostituta Zara –apodada “la samaritana”- cuya hija, todavía una niña de corta edad pero a la que su madre ya está instruyendo para que en un futuro  siga sus pasos en el negocio del amor, comparte juegos y amistad con el pequeño Jesús; el mendigo Lázaro que se presenta  al romano como “el pobre Lázaro, conocido en toda Galilea por su pobreza y por sus innumerables y execrables llagas”; o, por último, la familia protagonista y sus parientes, la prima Isabel y su marido Zacarías así como Juan, el hijo de ambos, del que Lázaro dice ser un rufián porque le hace burla y le tira piedras por los caminos.
Por ello, no se trata únicamente de una novela a la vez humorística, hagiográfica y detectivesca sino que El asombroso viaje de Pomponio Flato encierra una irreverente sátira que pone en jaque algunos de los dogmas más consolidados del cristianismo e incita a cuestionarse –o reflexionar, al menos-  sobre algunos de los preceptos que constituyen la base de la religión como, por ejemplo, la pasión y muerte redentora o incluso la recompensa celestial de los justos, cuestiones que, por otro lado, no son sino la recreación del  clásico conflicto entre razón y fe:
“Asumir las culpas ajenas no es una virtud ni beneficia a nadie. Cuando un inocente muere como un cordero sacrificial por la salvación de otro, el mundo no se vuelve mejor, y encima se malacostumbra. Atribuir al dolor propiedades terapéuticas es propio de culturas primitivas.”
“Di, raboni, – pregunta el niño Jesús a Pomponio- ¿por qué Lázaro dijo que los últimos serán los primeros? – Porque es un imbécil.”
En resumen, se trata de una historia amena y disparatada en la que tanto los retratos de personas como de lugares o costumbres son presentados en clave de humor combinando con maestría la ironía y el chiste fácil, la sátira y el absurdo, la hipérbole y el contraste. Las continuas alusiones o guiños a personajes y situaciones reconocibles de la Historia Sagrada así como el tratamiento que de ellos hace el autor constituyen el contrapunto jocoso, aunque mordaz, a un fondo irreverente y crítico con las creencias religiosas.
El asombroso viaje de Pomponio Flato es –en palabras de Mendoza- un libro excéntrico que escribió sin pensar en ningún momento que estaba escribiendo un libro, “a veces hago un libro como quien hace un solitario o un crucigrama” -comentó el escritor al ser preguntado por el sentido y la intención última de su novela-.
Sea como fuere, sin poder calificarla de obra maestra y, en mi opinión, con algunos vicios lingüísticos y tópicos de los que el autor abusa, además del uso de interminables series de elementos escatológicos que aburren por la frecuencia con que aparecen, no deja de ser una divertidísima, intrincada y original novela de base histórica, escrita con un lenguaje ágil y elegante –al que ya nos tiene acostumbrados su autor-  que no deja indiferente pues constituye en sí mismo una burla a la propia expresión.
Se tata, en fin, de una hilarante historia, digna competidora de la ya mítica Sin noticias de Gurb.

LA POESÍA CRISTIANO-MARXISTA DE ERNESTO CARDENAL

El poeta nicaragüense Ernesto Cardenal ha sido recientemente galardonado con el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, rompiendo en esta XXI edición  con la ya tradicional costumbre de alternar el homenaje entre un poeta español y otro hispanoamericano  -el pasado año lo recibió la escritora cubana Fina García Marruz- hecho no se repetía desde que en 1995 y 1996 los recibieran  José Hierro y Ángel González  respectivamente.
El premio Reina Sofía con el que la Universidad de Salamanca y el Patrimonio Nacional reconocen “la obra literaria de un autor vivo que por su valor supone una aportación importante al patrimonio cultural de Iberoamérica y España”, según reza en sus bases, cuenta entre sus laureados con nombres como  Claudio Rodríguez, José Ángel Valente, Mario Benedetti, Pere Gimferrer, Nicanor Parra o Francisco Brines  a los que ahora hay que añadir el nombre de Ernesto Cardenal.
No es la primera vez que el escritor recibe un premio de este nivel si bien, en opinión de muchos, su obra no ha recibido hasta el momento el reconocimiento que merece. Aunque ganador en 1965 del Rubén Darío, máximo galardón de las letras nicaragüenses;  nominado en 2005 al Nobel de Literatura  -escritores como Sábato y Delibes apoyaron esta nominación-  o  finalista del Cervantes, el propio escritor ha confesado  recientemente en una entrevista concedida al periódico ABC que  en 2009, año en que se le entregó el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en Chile, se jactó de “ser el poeta menos premiado de la lengua castellana”.
El escritor Jaime Siles, miembro del jurado, comentó, tras hacerse público el fallo del certamen, que el nombre de Ernesto Cardenal faltaba en ese premio pues "es un poeta de una obra muy amplia y un gran traductor de los clásicos. Ha sido todo un símbolo de un momento histórico, cuya calidad ha sido hoy reconocida".
Este galardón supone un reconocimiento no sólo al escritor sino a una de las figuras más emblemáticas de la lucha por la igualdad de los hombres y por la libertad del individuo en Hispanoamérica; su poesía, con un lenguaje cercano y coloquial, sencillo y claro, universal y directo, pero sobre todo muy valiente,  ha servido para llevar a  todas partes su mensaje social y su propia visión del mundo.  A través de ella percibimos una figura de gran  calidad humana y firme compromiso ético, desvelándose al mismo tiempo un autor que ha sabido conjugar a través del lenguaje, como en la propia vida, las que ha considerado sus tres pasiones:  poesía, Dios y  revolución, en ese orden.
Artista polifacético, escultor, sacerdote, político, teólogo, traductor,  escritor, y revolucionario, como él mismo se define ante todo,  ha recibido otros reconocimientos a su trayectoria personal y compromiso vital como el Premio de la Paz de la R.F. de Alemania, el Premio por la Paz de la Asociación de las Naciones Unidas, en España, o la Orden José Martí, la mayor distinción que concede el Estado cubano; ha sido investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada (España), la Universidad Nacional de Costa Rica, la Universidad Autónoma Latinoamericana de Colombia y la Universidad Veracruzana de México, en reconocimiento a sus aportaciones a las letras universales.  La IX edición del Festival  Internacional de Poesía, que tendrá lugar en el 2013 en la colonial ciudad de Granada, en Nicaragua, estará dedicada a este escritor. Así mismo  ejerce el cargo de Presidente Honorífico en varias instituciones como, por ejemplo, la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET). Finalmente, es desde el 2010 miembro de la Academia Mexicana de Lengua.

Para comprender en toda su extensión la poesía del escritor nicaragüense y la concesión de este premio es imprescindible hacer un breve repaso de algunos acontecimientos de su vida que han sido determinantes en su obra  y que se han visto de una u otra forma reflejados en ella.
Ernesto Cardenal Martínez nace en Granada (Nicaragua)  en 1925, en el seno de una acomodado familia burguesa  lo que le  permitió estudiar en colegios religiosos de su país, primero, y posteriormente continuar su formación en el extranjero, Filosofía y Letras en Méjico y Doctorado de Literatura Inglesa en Nueva York, así como viajar por España, Francia, Italia y Suiza.  Aficionado desde muy joven a la poesía escribe su primer poema con tan sólo siete años y las primeras publicaciones verán la luz en revistas mejicanas de los años 40.
En 1950, tras viajar por Europa,  vuelve a Nicaragua y se involucra en política –aunque siempre se haya considerado un revolucionario y no un político- en contra de la dictadura de Somoza lo que le lleva a participar en el asalto al Palacio Presidencial en la revolución de abril del 54; a partir de ese momento el escritor continuará defendiendo  la causa como miembro destacado del  Frente Sandinista de Liberación.
Tras el fracasado golpe de estado en el que mueren varios amigos y compañeros, se  retira a un monasterio trapense en Kentucky bajo la guía espiritual  de su maestro y mentor Thomas Merton, monje poeta y autor exitoso, cuya influencia fue fundamental para el escritor pues de su mano descubrirá un nuevo modo de pensar basado en que la contemplación no se sitúa fuera del mundo sino en y por el mundo y lo contemplativo no debe de ningún modo ser ajeno a los problemas sociales y políticos;  esta máxima que marcará su vida de ahora en adelante se sitúa muy próximo al socialismo más radical. Así, en palabras de Cardenal, el descubrimiento de Dios lo llevó a descubrir la revolución.
En 1959 abandona Kentucky y se traslada a Méjico para cursar estudios de Teología que culminan con su ordenación como sacerdote en 1965.
Se retira entonces a una isla de Solentiname (un pequeño archipiélago en el lago de Nicaragua, comprado por Cardenal en 1959 y posteriormente cedido a la APDS (Asociación para el Desarrollo de Solentiname) donde, acorde con la doctrina trapense, funda una comunidad religiosa, agrícola, artística y contemplativa -pero  guerrillera-  muy similar a las primitivas comunidades cristianas en su ideario y en su funcionamiento. Constituida principalmente por campesinos y artistas locales, que implantaron un sistema de cooperativa, pronto comenzó a recibir visitantes del exterior por lo que se construyó una casa de huéspedes además de una biblioteca (el nombre Solentiname proviene del  náhuatl  Celentinametl, que significa "lugar de muchos huéspedes", "lugar de descanso" o "lugar de hospedaje") Fue fundamental para el desarrollo de la comuna el fomento del arte como forma espiritual de acercamiento a Dios, promoviendo la pintura primitivista (pintura de los pueblos aborígenes de la zona que no poseían conocimiento teórico de arte) que será conocida con el tiempo en todo el mundo, así como la escultura y la poesía. Pronto, esta pequeña agrupación se constituirá en un importante foco de la revolución de la vida cultural y religiosa iberoamericana.
Pero Solentiname fue algo más; durante esta etapa Cardenal adquiere una mayor relevancia en su papel social y, desde la religión, retoma su actitud políticamente activa sirviéndose de las asambleas y reuniones en las que instruye a los asistentes no sólo en aspectos religiosos o espirituales sino también sociales y políticos, analizando la situación social desde presupuestos marxistas, mediante la lectura compaginada de textos del evangelio con otros de figuras relevantes como Marx, Fidel Castro o Mao Tse Tung. De su estancia y actividades en la isla deja constancia una de sus obras más conocidas que lleva por título El evangelio en Solentiname.
Pero pese a la fundación de esta comunidad de carácter social, no  fue hasta 1970, durante  un  viaje a Cuba, cuando  realmente descubre  el marxismo como único camino para la verdadera transformación social lo que, siendo sacerdote como era, supuso  un problema de conciencia pues ambas doctrinas parece que debieran funcionar separadas. La respuesta personal a esta disyuntiva se le reveló a través de los postulados de la Teología de la Liberación, a la que pronto se adhirió – y de la que llegó a ser uno de los máximos representantes y defensores- pues en ella entendió verdaderamente que marxismo y fe no son incompatibles  y que es posible una revolución social desde una postura cristiana, aunque ajena al catolicismo que defiende la Iglesia de Roma.
En su obra  Lo que fue Solentiname: Carta al pueblo de Nicaragua el cura guerrero lo relata así:

 “Llegué con otros dos compañeros hace doce años a Solentiname para fundar allí una pequeña comunidad contemplativa. Contemplación quiere decir unión con Dios. Pronto nos dimos cuenta que esa unión con Dios nos llevaba en primer lugar a la unión con los campesinos, muy pobres y abandonados, que vivían dispersos en las riberas del archipiélago. La contemplación también nos llevó después a un compromiso político: la contemplación nos llevó a la revolución; y así tenía que ser, si no, hubiera sido falsa. Mi antiguo maestro de novicios Thomas Merton, inspirador y director espiritual de esa fundación, me había dicho que en América Latina el contemplativo no podía estar ajeno a las luchas políticas.
Al principio nosotros habíamos preferido una revolución con métodos de lucha no violenta (aunque sin desconocer el principio tradicional de la Iglesia de la guerra justa, y el derecho a la legítima defensa de los individuos y de los pueblos). Pero después nos fuimos dando cuenta que en Nicaragua actualmente la lucha no violenta no es practicable. Y el mismo Ghandi estaría de acuerdo con nosotros. En realidad, todo auténtico revolucionario prefiere la no violencia a la violencia; pero no siempre se tiene la libertad de escoger.
Lo que más nos radicalizó políticamente fue el Evangelio. Todos los domingos en la misa comentábamos con los campesinos en forma de diálogo el Evangelio, y ellos con admirable sencillez y profundidad teológica comenzaron a entender la esencia del mensaje evangélico: el anuncio del reino de Dios. Esto es: el establecimiento en la tierra de una sociedad justa, sin explotadores ni explotados, con todos los bienes en común, como la sociedad que vivieron los primeros cristianos.

En esta primera etapa del lago se forja más si cabe el espíritu de rebeldía y lucha que habría de conjugar con una profunda defensa de la fe si bien no el sentido de fe impuesto desde el Vaticano al que consideraba tan tirano e indiferente  ante los problemas de los más desfavorecidos como cualquier dictador político y cuya forma de entender la religión fue calificada recientemente por el artista como “una caricatura del cristianismo verdadero”.
Cuando el  19 de julio de 1979 triunfa la revolución,  Ernesto Cardenal es nombrado Ministro de Cultura de la Junta de Gobierno de Nicaragua, cargo que ocupará durante 8 años. Su labor al frente de este Ministerio fue fundamental para el pueblo nicaragüense pues supuso un esfuerzo sin precedentes por extender la cultura a todos los rincones del país y a todas las capas sociales, especialmente de zonas rurales,   a través de  numerosas campañas de alfabetización que lograron movilizar a la población que pronto, por propia iniciativa, comenzó a  fundar Casas de Cultura y  crear Talleres de Poesía por toda la nación, en el firme convencimiento de que sólo un pueblo culto puede asegurar un futuro digno y construir una sociedad libre y justa. En palabras de Julio Cortázar  “se empujó la palabra cultura a la calle como si fuese un carrito de helados o de frutas”.
Cardenal siempre se mostró, por otro lado, muy crítico con la manipulación ideológica que a través de la cultura ejerció el régimen somozista, durante el cual, por ejemplo,  era imposible encontrar algún tipo de lecturas que no fueran libros con las teorías marxistas. Sobre ello el propio Cardenal declararía que  "más malo que no poder leer a Marx es tener que leer sólo a Marx".
De esa época como ministro data uno de los episodios más conocidos de su vida que lo llevó a enfrentarse  abiertamente  a la Iglesia de Roma cuando Juan Pablo II a su llegada a Nicaragua en 1983, al pie del avión y ante las cámaras de todas las televisiones del mundo, reprendió y humilló al escritor (sacerdote católico) por apoyar la causa sandinista y mezclar la revolución política con la religión, una revolución con sacerdotes al frente, una revolución “cristiana”. En 1985 fue suspendido “a divinis” por el Vaticano, que consideró incompatible su cargo político con su misión sacerdotal.
El propio Cardenal ha expuesto su opinión al respecto señalando que  el verdadero motivo de la visita del Papa a su país no fue otro que un intento de acabar con la revolución y desprestigiar al nuevo gobierno, en la errónea creencia de que si mostraba públicamente su desacuerdo con ella, los católicos se posicionarían contrarios a este; pero el pueblo mostró su apoyo a Ortega desoyendo la voz de Juan Pablo II lo que supuso un serio revés para la Iglesia Católica. Todos estos hechos desafortunados no consiguieron sino ennoblecer una figura  que pasó a ser conocida más allá de sus fronteras.
Para este religioso socialista,  como para gran parte de los nicaragüenses,  la idea de una revolución no estaba reñida en sus consciencias con la fe. La causa del movimiento sandinista era también la causa cristiana, un movimiento que solo perseguía la libertad y la igualdad para todos los seres humano y ese es precisamente el auténtico mensaje del evangelio de Jesús. El escritor británico Graham Greene en una reunión de escritores celebrada en Moscú afirmó que "en Centroamérica se estaba borrando la contradicción entre cristianismo y marxismo";  y el propio Cardenal, al final del tercer tomo de sus memorias, Revolución perdida, concluye:  “Toda revolución nos acerca al Reino de los Cielos, aun una revolución perdida. Habrá más revoluciones.
Pero el compromiso que constituyó la consigna de su vida y que le llevó a defender las causas de los movimientos de liberación popular tanto en su país como en otros, pronto se vio afectado por el giro que el gobierno sandinista comenzó a aplicar a  su política convirtiéndose en la misma tiranía contra la que Cardenal había luchado. El escritor abandona el FSLP por el autoritarismo y la corrupción de Daniel Ortega y se adhiere al MRS (Movimiento Renovador Sandinista, una de las dos ramas en las que se dividió el antiguo Frente de Liberación que estaba representada por los “sandinistas ilustrados” liderados por el novelista Sergio Ramírez,  y que contaba entre sus fundadores con la también poetisa y revolucionaria Gioconda Belli.

Estos apuntes  biográficos ofrecen una visión bastante concreta de lo que ha significado la persona de Ernesto Cardenal en Hispanoamérica  y nos facilita el acercamiento y la interpretación de su obra; no obstante, debo señalar que suelo recelar de aquellos escritores cuya fama literaria es superada con creces por otras facetas de su vida generalmente más conocidas y a las que su nombre es automáticamente asociado (siempre me asalta la duda del valor literario real y objetivo de su obra y de la independencia de aquellos que la juzgan respecto a otros aspectos extraliterarios); nuestra Historia de las letras ofrece algunos ejemplos cuyos nombres no citaré por no herir sensibilidades o suscitar polémica. Y es esto  lo que sucede con  la figura de Ernesto Cardenal,  conocida en gran parte del mundo más por su proyección socio-política que por su obra poética; cualquier ciudadano europeo, por ejemplo, conoce la imagen del cura-poeta con aspecto de guerrillero fiel desde hace años a su indumentaria: boina negra, cabellera, bigote y barba canosa, camisola blanca y sandalias, vinculado a movimientos revolucionarios y a la disidencia política; pero no son tantos los que han leído su obra escrita. Quizá este premio sirva para que esta faceta deje de ser la menos conocida.

La poesía de Ernesto Cardenal, como él mismo ha señalado, “no es muy lírica”; es una poesía de la realidad, del objeto más que del sujeto, una poesía de la vida misma y por eso en ella cabe todo, desde la lucha ideológica (“Las riquezas injustas”) a los guiños a la cultura más pop o contracultura (“Oración por Marilyn Monroe”), desde los temas más profanos (“De estos cines, Claudia”) a los místicos o filosóficos (“Canto cósmico”), desde la reivindicación socio-política (“Hora cero”), al amor (“Nuestras relaciones”) o desde la fe más profunda y la espiritualidad (“Salmos”) a los deseos carnales (“Anoche soñé con un coito”). Pero, ¿de dónde viene esta forma de entender la poesía?  El propio escritor ha manifestado en numerosas ocasiones que esta concepción abierta y liberal del hecho literario se debe esencialmente a la influencia de la literatura norteamericana, en concreto a Ezra Pound, uno de los primeros poetas en emplear con éxito el verso libre en composiciones extensas y romper la barrera entre  prosa y  verso, al que Cardenal tradujo al español:

Ezra se consideraba un hombre reducido a fragmentos e imaginaba el universo como un poema roto. Para recomponerlo lo reducía todo a poesía, su propia vida, las noticias de los periódicos, los datos de la economía, los episodios de la Biblia, las cotizaciones de Wall Street, los partes meteorológicos, la filosofía de Lao Tse, el carro de la basura, la gloria de los griegos y todos los desechos de la historia.”

Así pues, como ya he señalado, es esta una poesía que abarca todo, tanto en lo referente a las formas -si bien Cardenal usa el verso como unidad básica de sus creaciones- como al fondo, pues en su obra  no existen temas o elementos que sean propios de la prosa y otros que sean propios de la poesía. Todo lo que se puede decir en una novela, un cuento, un artículo o un ensayo  puede también decirse en un poema. En él caben datos estadísticos, fragmentos de cartas, editoriales, noticias periodísticas, crónicas de historias, documentos, chistes o anécdotas, que tradicionalmente han sido consideradas como elementos propios y exclusivos de la prosa.
Para ello se sirve de un lenguaje cercano y coloquial, sencillo y claro, universal, nada hermético nada oscuro; valiente como él mismo. Y es precisamente esa forma  de hacer y de entender la poesía la que ha logrado  acercar a todos los rincones su mensaje social. La obra de Ernesto Cardenal, incluso en sus más terribles circunstancias, es aquella que narra la tortura de un ser humano (un campesino, un revolucionario, un hombre común), el asesinato de un héroe, o la amargura de un hombre abandonado. Es pues, una poesía en la que tienen cabida todos los temas y todos los tiempos, y es además receptiva de la realidad sea cual sea esta y sea como sea de dura. Una poesía, en fin,  abierta al mundo y que hace de él una obra de arte.

Actualmente,  el poeta nicaragüense es considerado el máximo representante de una corriente poética  denominada  Exteriorismo, cuya esencia consiste en priorizar lo concreto frente a la abstracción de la metáfora, algo similar a  lo que se podría llamar la anti-poesía. Se trata, en sus propias palabras,  “de una poesía objetiva: narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos y datos exactos y cifras y hechos y dichos”. Es, en fin, la poesía impura.
Como él mismo ha reconocido en numerosas ocasiones, fue el poeta nicaragüense José Coronel Urtecho, al que considera  su maestro, el que le enseñó las técnicas de una poesía de periodista, escrita con imágenes, no con metáforas, directa y concreta, que trata de cosas reales y la vida cotidiana, y que estructuralmente rechaza la rima e incluso a la regularidad del ritmo en el poema.
Para  Cardenal, el Exteriorismo  “no es un ismo ni una escuela literaria. Es una palabra creada en Nicaragua para designar el tipo de poesía que nosotros preferimos. El Exteriorismo es la poesía creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico de la poesía”. 

Y es efectivamente este mundo el que el lector percibe cuando se acerca a la obra de Ernesto Cardenal, un poeta  cuya figura va más allá de su mera labor literaria, un hombre que se siente libre y piensa como tal, un escritor que no ha dejado de sorprender al mundo con su proyecto teológico-político y su compromiso social.
Este galardón que acaba de recibir supone el reconocimiento de una faceta menos conocida por el gran público,  que  aclama  una obra valiente y comprometida, personal y social al mismo tiempo, repleta de matices y con una extraordinaria variedad de registros, arriesgada y vanguardista  pero, a la vez,  “sobrecogedoramente humana”:

“Si algún impacto tiene mi obra es por razones extraliterarias. Yo no soy grande como escritor, pero es grande la causa que inspira mi poesía: la causa de los pobres y de la liberación”   
 

jueves, 19 de enero de 2012

DESCUBRIR EL ARCO IRIS

Siempre te gustó el blanco; desde pequeño. Viviste con él a tu alrededor. Pero un día de lluvia, tras la tormenta, hace ya muchas, muchas lunas, descubriste el arcoiris: rojos, amarillos, morados, verdes, azules..., allá en el cielo, sobre las montañas, sobre la gente, sobre todo.
Los demás no pudieron resistir tanta luz. Y todo se volvió negro.

(Vendaval de Microrelatos. Junio,2011)