“El tiempo no es oro, el tiempo es vida”.
Vitalista empedernido, luchador incansable y mirada crítica de nuestro tiempo, José Luis Sampedro pasará a la historia como uno de los pensadores más lúcidos y brillantes de los últimos años.
Conocido y reconocido por sus trabajos
en el ámbito de la economía, la docencia y la literatura, no fue sino a
raíz de su implicación en los movimientos del 15-M, más concretamente
tras su colaboración en el subversivo e incendiario Indignez-vous! del diplomático y escritor francés Stéphane Hessel,
cuya obra prologó en su edición española, cuando la sociedad española
fue verdaderamente consciente de quién era ese anciano de mente
brillante, memoria prodigiosa y aspecto afable que invitaba a las nuevas
generaciones a rebelarse contra el sistema, hablando como uno de ellos,
de libertad, de igualdad, de justicia, de compromiso y de vida, y
convirtiéndose, a partir de ese momento, en un auténtico referente moral
e intelectual para los indignados del movimiento “quincemayista”,
nombre con el que le gustaba referirse a él.
José Luis Sampedro inicia su vida
profesional como funcionario de aduanas en Santander pero pronto se
traslada a Madrid donde decide cursar estudios de Ciencias Políticas y
Económicas convencido de que estos podrían serle de utilidad en su
profesión. Compaginó sus estudios con el trabajo de aduanero en el
Ministerio de Hacienda que abandonó posteriormente para dedicarse de
lleno al mundo de la economía. En este ámbito desempeñó importantes y
diversos cargos en el Banco Exterior de España y, tras su vuelta del
Reino Unido donde fue profesor visitante durante tres años, trabajó como
asesor económico de la Subdirección General de Aduanas, o como profesor
en la Escuela Diplomática, en el Instituto de Estudios Fiscales o en la
Universidad Autónoma de Barcelona. En 1950, volvió al Banco Exterior,
del que llegó a ser Subdirector General, y concluyó su carrera
profesional de nuevo en la Subdirección General de Aduanas.
No obstante, y pese a haber desarrollado
gran parte de su vida laboral entre bancos y números, el propio
escritor ha comentado en varias entrevistas que muy pronto se dio cuenta
de que le interesaba más la parte social de la economía que el arte de
hacer dinero. De todos es conocida su frase: “Hay economistas que se dedican a hacer más ricos a los ricos; otros se dedican a hacer menos pobres a los pobres”. Él siempre se considero parte del segundo grupo; de hecho en alguna ocasión introdujo una variación verbal afirmando. “otros nos dedicamos a hacer menos pobres a los pobres”.
De entre todas sus actividades la que
más huella dejó en Sampedro fue la docencia, que ejerció durante treinta
años en diferentes instituciones como la Universidades de Salford o
Liverpool, a las que perteneció como profesor visitante, la Autónoma de
Barcelona o la Universidad Complutense de Madrid de la que fue profesor
y catedrático de economía y ética, y en la que solicitó excedencia en
1969 por razones políticas.
Durante su etapa como docente en la Universidad de Madrid, fundó junto con otros profesores, entre los que se encontraban Enrique Tierno Galván, José Luis Aranguren, José Antonio Maravall o José Vidal-Beneyto,
el Centro de Estudios de Investigaciones (CEISA), que seguía la línea
de la Institución Libre de Enseñanza, en el que eran los alumnos los que
demandaban las asignaturas que deseaban cursar pagando matrícula solo
aquellos que podían hacerlo; igualmente los profesores que lo
necesitaban cobraban un salario por su actividad, pero el resto lo hacía
sin remuneración alguna. Este centro privado surgió como alternativa
para “contrarrestar la grisura de la universidad franquista”,
pero en 1965, a los tres años de su apertura, fue clausurado por el
gobierno bajo la acusación de ser un foco de resistencia intelectual
contra el régimen.
La huella que Sampedro ha dejado en la
Universidad Complutense madrileña es imborrable; fundador y primer
catedrático del Departamento de Economía Internacional y Desarrollo,
dedicó a la enseñanza gran parte de su vida tratando de trasmitir a sus
alumnos un modo diferente y novedoso de concebir las ciencias
económicas. Con un enfoque personal, cuyo valor se aprecia hoy más que
nunca por lo acertado de su tratamiento, renovó la forma tradicional de
acercarse a este tipo de estudios haciendo patente la necesidad de un
enfoque estructural (de toda la estructura social, de sus instrumentos,
mecanismos y relaciones) en el análisis económico; para Sampedro, esta
disciplina no es sino una ciencia social, humanística y aplicada, es
decir, un saber que debe ser analizado desde la sociedad y enfocado al
servicio de la misma con la única finalidad de hallar un sistema justo y
viable capaz de paliar las desigualdades sociales.
Según el profesor, al que gustaba
autodenominarse “metaeconomista”, la economía no puede ni debe
estudiarse como un elemento ajeno a la sociedad, sino necesaria e
íntimamente relacionado con ella, y en ese sentido los grupos humanos y
las estructuras de poder no pueden quedar al margen de un análisis
económico pues son, con sus conflictos e intereses, los que marcan el
devenir económico; ellos deben ser, pues, la causa y el fin. Como ha
señalado Pedro José Gómez Serrano, actual director del departamento, su magisterio siempre estuvo marcado por “tres
rasgos distintivos que no deberíamos perder quienes nos dedicamos a la
docencia: el espíritu crítico, la visión amplia y la pasión por lo
humano”; en palabras del propio Sampedro, es necesario “crear una economía más humana, más solidaria, capaz de contribuir a desarrollar la dignidad de los pueblos”.
En una de las primeras entrevistas que su mujer, Olga Lucas, concedió a los medios tras el fallecimiento, manifestó que “de lo que más satisfecho se sentía era de su labor como docente. Encontraba exalumnos hasta “debajo
de las piedras”, y le reconfortaba mucho cuando se le acercaban a
saludarlo”. De hecho, todos los Ministros de Economía que han gobernado
en nuestro país desde la Transición han pasado por sus aulas (es
evidente que ninguno de sus famosos alumnos aprovechó las enseñanzas de
tan eminente profesor).
Optimista y vitalista hasta sus últimos
días, aunque sin perder contacto con la realidad que se impone a lo
largo de la historia, José Luis Sampedro siempre defendió la posibilidad
de transformar el sistema establecido y no dudó de que el futuro
traería, de mano de las nuevas generaciones, un orden diferente; si bien
su optimismo es relativo, pues en más de una ocasión se ha referido a
la inmensa y comprometida revolución que supuso el mayo del 68 y el
cambio que operó en el mundo occidental: una transformación que siendo
diferente trajo consigo unos valores igual de nefastos, germen del
neoliberalismo que ha culminado en un capitalismo salvaje, cuyo bien
supremo es el dinero, considerado por el autor el origen de la profunda
crisis en la que se halla inmersa la sociedad española y el mundo, en
general; una crisis que no solo es económica sino, y especialmente, de
valores. Ya hace años que el eminente pensador, cual acertado
visionario, predijo el fin del sistema capitalista que ya ha agotado su
existencia, asegurando que tras este desenlace surgirá necesariamente
algo distinto: “El desarrollo sostenible es insostenible” –afirmará.
Pero si su faceta como economista ha
sido relevante y decisiva para entender el funcionamiento de los
sistemas económicos, no lo ha sido menos la labor como escritor, de la
que siempre ha ido de la mano y que ha dejado en el panorama literario
algunos títulos de excepcional calidad.
Los primeros coqueteos con la escritura
se remontan a su infancia en Tánger donde con solo ocho años compuso los
primeros versos, inspirados según él mismo ha recordado en la noticia
de un robo:
“Vino la Guardia Civily se los llevó a los cuatroa un huerto con perejil”.
“Quería que la rima fuera consonante pero en entonces no se me ocurrió nada mejor. ¡Se ve que de pequeño ya era espabilado!”- comentaba en tono jocoso.
Aunque el propio escritor ha manifestado
en numerosas ocasiones que su llegada verdadera al mundo de las letras
se produjo tras su jubilación, también ha declarado que fue tras
finalizar la guerra civil cuando tuvo claro que quería escribir aunque
no había decidido en aquel momento por qué género literario decidirse;
ese fue -según explica- el origen de la revista Uno que él
mismo elaboró por completo, desde los poemas a las ilustraciones, y en
la que publicó sus primeras composiciones, influido por las lecturas de
escritores como Baroja, Unamuno, Azorín, las hermanas Brönte o Virginia Woolf. “Fue una especie de ensayo, de palotes, para ver qué género se me daba mejor”
-comentaba el escritor. De hecho, el primer ejemplar se encuentra
dividido en cinco bloques muy diferentes entre sí: poesía (“Eusebius” y
“Florestán”), un ensayo sobre Montaigne, teatro (una “ fingida traducción de una obra de teatro, inspirada en O´Neil”), un homenaje a Unamuno y un cuento titulado Manual de contabilidad.
Todos los textos aparecen firmados por diferentes autores, que no son
sino pseudónimos de él mismo: Martín Ballesta o Adolfo Espejo
(inspirados en los que Schumann utilizaba como crítico de música), Francisco de Camino y Lorenzo Adarga.
Uno de sus géneros preferidos fue el teatro para el que compuso obras como La paloma de cartón (Premio Nacional de Teatro Calderón de la Barca en 1950) o Un sitio para vivir. Las primeras novelas, La estatua de Adolfo Espejo y La sombra de los días,
fueron compuestas en Santander cuando el autor contaba diecinueve años
de edad, aunque no fueron publicadas hasta años después.
No obstante, aunque la jubilación le
permitió dedicarse por completo a la escritura sin tener -como él mismo
ha comentado- que levantarse a las cuatro de la madrugada para
escribir, desde el principio logró compaginar sus tres actividades
principales, la economía, la docencia y la literatura en la que cultivó
todos los géneros, dejándonos títulos de excepcional calidad,
especialmente en narrativa, entre las que destacan El río que nos lleva (escrita en 1961 y en la que el autor revive los recuerdos de su adolescencia en Aranjuez donde estudió bachillerato; Berlanga o Camus intentaron llevarla al cine pero ello no fue posible hasta 1989, cuando Antonio del Real
llevó a cabo la adaptación cinematográfica, con la ayuda del propio
Sampedro como guionista. La película fue proyectada por primera vez en
la Sección de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, y
posteriormente declarada “película de interés” por la UNESCO por su
contribución a la defensa de los valores culturales y ecológicos de la
zona del Alto Tajo); Octubre, octubre (a la que él mismo denominó “mi testamento vital”), La sonrisa etrusca (inspirada por el nacimiento en 1980 de Miguel, su único nieto), La vieja sirena, El amante lesbiano, La senda del drago (ambientada en Tenerife, isla en la que residía durante largas temporadas) o Monte Sinaí
(surgida de la experiencia del escritor en este hospital neoyorquino
donde en 1995 fue tratado por una seria infección que el afectó al
corazón; en ella se muestra una profunda reflexión sobre la fragilidad
de la condición humana y la proximidad de la muerte).
De su faceta como economista surgen
también algunas de sus obras más conocidas sobre asuntos relacionados
con este ámbito, en las que el autor refleja y trasmite su particular
visión tanto de esta disciplina como de la función de los que se dedican
a ella en la sociedad del momento; algunos de esos títulos son Realidad económica y análisis estructural (1959), Las fuerzas de nuestro tiempo (1967), Conciencia del subdesarrollo (1973), Economía humanista. Algo más que cifras (2009), Conversaciones sobre política, mercado y convivencia (2006), El mercado y la globalización (2010) o su última obra La inflación (al alcance de los ministros), en colaboración con Carlos Berzosa.
De su extensa bibliografía habría que
destacar algunas otras obras que, en mi opinión, son excepcionales y se
encuentran a caballo entre los dos bloques anteriores como La ciencia y la vida (fruto de las conversaciones mantenidas por el autor con el cardiólogo Valentín Fuster,
que lo trató en el Monte Sinaí y al que desde entonces le unió una
profunda amistad, durante los tres días que ambos pasaron juntos en el
Parador de Cardona, para dialogar sobre la vida y la muerte, el
individuo o la sociedad); los dos libros de cuentos Mar de fondo y Mientras la tierra gira,
conjunto de relatos escritos a lo largo de su vida en tercera y primera
persona, respectivamente, que presentan una enorme variedad de asuntos;
o Escribir es vivir, en la que se recopilan las conferencias y
lecturas que el pensador preparó para los cursos de la Universidad
Internacional Menéndez Pelayo de Santander.
Mención aparte merece el discurso
académico “Desde la frontera”, centrado en el consumismo y sus nefastas
consecuencias en la sociedad actual, pronunciado el día 2 de junio de
1990 con motivo de su ingreso en la Real Academia Española de la Lengua
en la que ocupaba el sillón F.
En 2011, como reconocimiento a toda su
carrera, el escritor fue distinguido con el Premio Nacional de las
Letras, cuya noticia recibió en su casa de Mijas con un sencillo “estoy contento”.
El galardón honraba su labor como escritor destacando además la
relevancia de su pensamiento humano y comprometido con los problemas de
su tiempo, lo que le permitió conciliar los escritos económicos con los
literarios.
José Luis Sampedro siempre será
recordado como un hombre sencillo, humilde y discreto, y a la vez como
uno de los pensadores más sobresalientes, lúcidos y comprometidos de
nuestro tiempo, un humanista en el más estricto sentido de la palabra,
que desde su posición y con la única arma que poseía y en la que creía,
la palabra, supo luchar por un mundo más digno, justo, humano, y
habitable; por una vida digna, una vida que mereciera la pena ser vivida
pues, en su opinión, todos estamos obligados a vivirla.
“Nunca pretendí hacer historia, sino comprender mejor el amor y el poder, esas dos grandes pasiones de todos los tiempos”. (La vieja sirena).
En una de las últimas apariciones
públicas -y multitudinaria- de José Luis Sampedro en octubre del 2011,
durante el ciclo “Autobiografía Intelectual” en la Fundación Juan March
de Madrid, el escritor de 94 años, que deleitó al auditorio recordando
algunos de los momentos más importantes de su vida, no pudo sustraerse a
proclamar de nuevo, como siempre lo hiciera, su apego a la vida, su
alegría y su pasión por ella:
“Cada cultura ha tenido su referente: los griegos, el hombre; La Edad Media, Dios; ahora, el dinero. Para mí, el referente es la vida. Hemos recibido una vida y vamos a vivirla hasta el final”.