miércoles, 8 de septiembre de 2010

El violín del diablo, de Joseph Gelinek


Por todos los amantes de la música clásica es conocida la leyenda según la cual el extraordinario compositor y violinista Niccoló Paganini había vendido su alma al diablo a cambio de convertirse en el mejor concertista de todos los tiempos. Sus geniales facultades, la técnica extraordinaria (se dice que era capaz de tocar doce notas por segundo) y el virtuosismo con el que ejecutaba complicadísimas piezas se consideraron sobrehumanas y alimentaron la leyenda.    
La sombra de Paganini y su pacto satánico planean sobre este thriller que arranca con el hallazgo del cadáver de una famosa violinista, Ane Larrazábal, cuyo cuerpo aparece estrangulado sobre el piano de una sala del Auditorio Nacional de Madrid; en su pecho, escrita con su propia sangre, puede leerse la palabra “iblis” (“demonio” en árabe). El misterioso asesinato tiene lugar poco después de que la concertista ejecutara magistralmente el Capriccio nº 24 de Paganini, partitura que es considerada una de las obras más complejas y difíciles de interpretar, aunque durante la ejecución de la pieza el instrumento de manera extraña e incomprensible saliera despedido de las manos de la artista y, para sorpresa de todos los asistentes, fuera atrapado en el aire por uno de los músicos.
Casualmente en la sala se encuentra el inspector de policía Raúl Perdomo que, acompañado de su hijo, ha asistido al concierto y es el primero en llegar a la escena del crimen;  todos los presentes advierten enseguida la desaparición del violín con el que la concertista acababa de interpretar la famosa pieza: un carísimo Stradivarius de su propiedad, singular por presentar tallada la cabeza de un demonio en la voluta, trabajo que su dueña había encargado a un famoso luthier y que convertía el instrumento en un objeto único; único y maldito ya que toda su historia se hallaba asociada a extraños y macabros sucesos como su misteriosa desaparición tras la muerte de la anterior propietaria en un accidente aéreo en las islas Azores; debido a ello corría el rumor de que encerraba fuerzas maléficas y causaba la muerte a todo aquel que lo poseía.
A partir de este momento se inicia una investigación que nos conducirá a varios lugares de Francia y España, y en la que se irán implicando numerosos personajes relacionados en mayor o menos medida con la violinista.
Dado el halo de misterio y fatalidad que rodea al instrumento y a las circunstancias de su desaparición, durante las pesquisas que lleva a cabo el inspector para resolver el caso los fenómenos paranormales y los hechos reales se nos van presentando de forma intercalada, más sospechados que comprobados, de manera que Perdomo, absolutamente escéptico y reacio a creer en la existencia de fuerzas diabólicas y causas sobrenaturales, se ve avocado a recurrir a una médium para que le ayude a descubrir la identidad del asesino.
El final del relato, que obviamente no revelaré, es sorprendente, digno de la compleja trama que constituye la investigación del asesinato y que logra mantener el suspense y el misterio hasta el último momento. El desenlace, una pieza musical interpretada en la  escena final, que tiene lugar en la T4 de Barajas, nos devuelve al inicio de la historia porque ambas tienen un punto en común:  “el canto del cisne”. No digo más.

Respecto al autor, la obra está firmada por un tal Joseph Gelinek, pseudónimo tras el que se esconde un musicólogo español que ha decidido permanecer en el anonimato, al igual que hizo en su libro anterior “La décima sinfonía”; el nombre de Joseph Gelinek alude a un pianista vienes que fue humillado por Beethoven en un duelo musical a finales del siglo XVIII.
Me parece interesante destacar el hecho de que, en mi opinión,  con esta obra Gelinek ha conseguido introducir una nueva forma de leer, en el sentido de que su esencia lúdica no puede separarse de un claro propósito, voluntario o no,  didáctico que en absoluto perjudica la novela sino que, muy al contrario, la completa con una rigurosa suma de informaciones y anécdotas que giran alrededor del mundo de la música clásica, de modo que logra acercar a lectores poco melómanos a este universo bastante desconocido para el gran público: terminología, documentación sobre el ámbito musical, descripción de instrumentos y melodías, información sobre compositores reconocidos... Es imposible leer esta historia y superar la tentación de acudir al ordenador para escuchar las piezas que cita el texto o conocer el significado exacto de gran número de términos relacionados con la musicología y desconocidos para el poco aficionado; en este sentido he mencionado la idea de que estamos ante una nueva forma de leer, incluso me atrevería a decir que nos encontramos con una lectura que muy bien podemos calificar como “interactiva”.
En resumen, El violín del diablo es una novela que introduce al lector en el mundo de la música y es una muy buena elección, además, para los amantes de la novela policíaca. Un thriller ágil, de lectura fácil, para todos los públicos, con un argumento atractivo en el que se combinan asesinato, misterio, sensualidad, relaciones humanas, amor, intriga, ocultismo y música. Se trata, en fin, de un libro que sin ser , desde el punto de vista literario, una novela excepcional -quizá para algunos pueda resultar incluso mediocre- ofrece una lectura amena y puede resultar una muy buena opción para disfrutar estos días de verano de una lectura sencilla y de lenguaje fácil.
 Personalmente no me ha parecido una obra genial, pero la recomiendo porque creo que es entretenida y resulta interesante el hecho de mantener la intriga y la curiosidad del lector así como el interés por adquirir ciertos conocimientos musicales y escuchar determinadas composiciones. Nadie que haya iniciado la lectura de esta obra será capaz de concluirla sin haberse deleitado con una interpretación del Capriccio nº 24  de Niccolò Paganini, “el violinista diabólico”.