sábado, 15 de octubre de 2011

La literatura electrónica: Luces y sombras

Hagan lo que hagan el Internet y la computadora no hay nada en el mundo que pueda sustituir al libro. ¿Por qué? Porque sobre la página de un libro se puede llorar, pero no se puede llorar sobre el disco duro de la computadora”.

Una cita muy romántica de un escritor al que admiro, José Saramago, pero de la que discrepo: sí se puede llorar sobre la página de un ebook; aunque no es recomendable.

Bromas aparte, las palabras del filósofo portugués nos incitan a reflexionar sobre la verdadera esencia del hecho literario, es decir, a preguntarnos si la literatura pierde su valor al cambiar el vehículo a través del cual se trasmite.

La historia ofrece una respuesta clara a esta cuestión pues parece obvio que la literatura no desapareció sino, muy al contrario, creció, con cada una de las transformaciones sufridas por ella a lo largo del tiempo: con la sustitución de la tablilla de arcilla, madera o hueso por el papiro, pergamino o papel; o con la invención de la imprenta –por cierto, atribuida en occidente a Gutenberg pero realmente originada en China, donde a mediados del siglo I, Bì Shēng ideó un sistema de piezas móviles de porcelana que reproducían caracteres de esa compleja lengua– que supuso el fin de una época, la de los copistas, y dio, con su producto estrella, el libro, el empujón definitivo a lo que hoy conocemos como literatura de masas. Igualmente, la imprenta artesanal daría paso a la industrial en el siglo XIX lo que supuso otra transformación importante de cara a la comodidad y distribución. De cualquier forma, el libro ha permanecido inmutable como vehículo de trasmisión cultural durante casi cinco siglos.

Hace tiempo leí en algún lugar que la historia de la literatura es “la historia del conocimiento que ha ido pasando de una ubicación a otra, de un formato a otro: palabra oral, piedra/paredes, grandes bibliotecas de la antigüedad y de la actualidad y ahora el conocimiento está en internet”. Y de este modo, también en los últimos tiempos han aparecido nuevos soportes para la lectura, más cómodos y eficaces, que han dividido a la opinión pública en defensores y detractores de la llamada “literatura digital o electrónica” cuyo formato más popular es el ebook, si bien hay otros que, en un momento dado, pueden utilizarse para este fin: teléfono móvil, tablet, iPad, iPhone, ordenador; y el caso es que, nos guste o no, estos nuevos soportes se están imponiendo y haciendo un hueco en el mercado y en el corazón de los lectores.

No obstante, un soporte es sólo eso: el medio por el que el hombre en cada momento ha intentado dejar constancia de su pensamiento racional, imaginativo o creador, con la intención de que lo que fue en su origen oral no desapareciera. La transformación que dicho soporte ha sufrido a lo largo del tiempo no ha respondido sino a la necesidad de buscar el método más adecuado y eficaz para guardar y trasmitir ese pensamiento, y para que fuera trasmitido y recibido por un mayor número de personas.

Pero volviendo a la cita inicial de Saramago –que es representativa de la opinión de un amplio sector de población y en especial de los que de alguna manera están relacionados con la literatura– la verdadera cuestión, a mi juicio, del rechazo a la nueva forma de leer estriba en que el ser humano siempre se ha mostrado reacio a los cambios, ya sea por comodidad o por miedo y, como he señalado, desde la invención de la imprenta, el libro ha sido el instrumento utilizado como vehículo de trasmisión cultural –además de un símbolo de estatus y un icono cultural– y cuesta desechar definitivamente el objeto que ha representado durante varios siglos el mejor método conocido de difusión de la literatura; muchos de los que ahora pasamos de la veintena o treintena estamos acostumbrados a usar unos instrumentos con los que hemos crecido, nos hemos formado y con los que nos sentimos cómodos, y por ello todo lo que desconocemos y no controlamos se nos resiste; pero los jóvenes han vivido otro mundo diferente, han nacido en la era digital, en el mundo de las llamadas “nuevas tecnologías” –aunque hoy ya no lo sean, “nuevas”, digo– y conciben el mundo de una manera muy diferente: hoy prima lo práctico, lo útil y eficiente, y es obvio que, en ese sentido, un ebook gana “por goleada” al libro tradicional.

Debo confesar que yo también fui una romántica que atacó con fiereza los dispositivos que iban poco a poco ocupando el lugar de nuestros familiares aparatos, y transformando lo que había sido nuestro mundo conocido en un montón de incógnitas; me mostré excéptica cuando –allá por los ’90– el ordenador comenzó a suplantar en los escritorios juveniles a la vieja Olivetti, cuando desapareció el vinilo y el casette y los primeros CD’s se mostraban orgullosos en los escaparates de los grandes almacenes, cuando los mp3 y pendrives desbancaron a todo lo demás y cuando el primer ebook tomó el relevo del libro en papel, tímidamente, al principio, en las pantallas del ordenador y posteriormente, ya pisando firme, en su propio soporte; defendí, en su día, que un lector de libros electrónicos nunca podría suplantar el placer de tocar la hoja de papel, el sonido que producía su movimiento y el olor que emanaba del libro recién comprado o recién abierto; yo, profesora de literatura, me escandalicé cuando comenzaron a sustituir virtualmente –¡Dios, qué palabra!– a nuestros “empolvados” ejemplares de los clásicos y cuando me vi a mí misma consultando textos en el ordenador; me parecía una profanación leer a Shakespeare, a Cervantes, a Góngora o a Delibes en una pantalla, aunque fuera de tinta electrónica tan similar a la hoja de papel.

Pero hoy estoy convencida de que estamos asistiendo –nos guste o no– a un cambio similar al que produjo la imprenta en el siglo XV, una trasformación que no tiene marcha atrás; y creo además que el libro, tal y como lo conocemos hoy, quedará relegado en un futuro más o menos próximo, a bibliotecas de románticos y coleccionistas.

El libro digital, y con él la literatura electrónica, se extiende a velocidad de vértigo. Es un hecho. Y como muestra de ello podríamos recordar la reciente llegada a nuestro país de la mayor librería del mundo online, que paradógicamente ha comenzado a trabajar en nuestro país con la venta de libros en papel y otros materiales físicos para ir poco a poco preparando la venta de libros en formato electrónico a través de una librería digital que incluye ya miles de ejemplares y que si abre mercado en España y otros países de habla hispana supondrá, por otro lado, un buen empujón para la expansión de nuestra lengua.

Por otro lado, la Asociación de Editores de Estados Unidos ha dado a conocer las cifras de ventas durante la primera mitad del 2011: los libros electrónicos han gozado de un aumento del 161% de ventas con respecto al año anterior; mientras los libros impresos no dejan de caer: en un 64% los de tapa blanda y un 25% los de tapa dura. En España, que no es un país donde tenga tradición el comercio electrónico, el volumen de negocio alcanzó los 2.055 millones de euros en el primer trimestre del 2011 y creció un 23,1% respecto al mismo período del año anterior según datos de la CMT, no obstante aún está muy lejos de los 38.000 millones de dólares que este sector supuso en EEUU en el mismo periodo.

Ante estos datos, de lo que no cabe duda es de que se está produciendo un cambio sustancial a nivel mundial en lo que respecta a la literatura y a la forma de leer, como ya ocurrió anteriormente con la música o el cine.

Pero no todo es tan fácil ni está tan claro. La literatura electrónica tiene ventajas e inconvenientes o, al menos, los tiene desde el hoy en el que convive con el papel.

Es cierto que leer con un libro entre las manos, pasar sus páginas, produce –a los que nos gusta la lectura– un cierto placer que, sin embargo, nada tiene que ver con la emoción que trasmite la palabra sino más bien con otras cuestiones de tipo cultural a las que de algún modo he aludido anteriormente. Hemos de partir de que ambas, libro tradicional e ebook, ofrecen lo mismo, lo principal: “leer “, y no creo que haya nadie tan ignorante que desdeñe completamente ni la una ni la otra. Ambas tienen sus luces y sus sombras.

Hace algún tiempo Arturo Pérez Reverte, tan directo, radical y deslenguado como acostumbra afirmó –según he podido leer en internet– que los verdaderos lectores son los que lo hacen en papel pues “quien crea que la felicidad de acariciar los lomos de piel o cartón y hojear páginas de papel, puede sustituirse por un chisme de plástico con un millón de libros electrónicos dentro, no tiene ni puta idea. Ni de qué es un lector, ni de qué es un libro” ; y concluye: “Estoy harto de toparme con pantallas en todas partes, hasta en el bolsillo, y me niego a transformar mi biblioteca en un cibercafé“. No entiendo muy bien en qué se basa para tal afirmación, o qué supone ser un “verdadero lector” –dedicaré otro artículo a ello–, no obstante, dudo mucho de que tal afirmación pase de ser una pataleta o una mera provocación.

El ebook ofrece prestaciones muy útiles para la vida actual, por ejemplo, la comodidad de poder irse de vacaciones sin una maleta llena de libros o la posibilidad de leer en cualquier momento y lugar el texto que nos apetezca ya que dado su tamaño, peso y autonomía cualquiera puede llevar uno encima sin mayor problema; además ofrece otras posibilidades como oír música, ver una película o navegar por internet con el mismo aparato. Igualmente, el ahorro de espacio en una biblioteca pública o privada es una cuestión fundamental para defender la literatura electrónica dado el precio del suelo y el tamaño de los pisos particulares hoy día; si bien es cierto que un libro electrónico o un disco duro en el que almacenar la biblioteca digital no será jamás tan decorativo y jactancioso como toda una pared de estanterías repletas de volúmenes, cuanto más antiguos, mejor. (Y conste que yo poseo una biblioteca tradicional en casa, de la que no creo que me desprenda jamás y que aún sigue incrementando sus fondos).

Otra ventaja del libro electrónico frente al tradicional es la facilidad para localizar cualquier texto y poder disponer de él al instante mediante su adquisición en alguna de las librerías virtuales que proliferan en la red. El ebook es la opción más cómoda y barata hoy día de adquirir y leer un libro y permite, además, el acceso a millones de ejemplares en todo el mundo y en todas las lenguas.

Finalmente me parece una cuestión fundamental mencionar el ahorro que este tipo de literatura supondría en papel con el consiguiente beneficio para nuestro entorno, ya que se reduciría considerablemente la tala de árboles evitando así la deforestación de los bosques y el deterioro del medioambiente.

Pero no todo son ventajas, y algunas de las características anteriores esconden un lado oscuro que los detractores de los libros electrónicos esgrimen para defender su postura, no sin razón.

La facilidad de circulación de este tipo de literatura a través de la red provoca conflictos de intereses especialmente entre los usuarios y las empresas editoriales e incluso los propios autores; me refiero al llamado “pirateo” por el que cualquiera puede conseguir de manera fraudulenta y gratuita cientos de ejemplares que circulan descontrolados por el ciberespacio con el consiguiente perjuicio económico tanto para la industria como para los escritores que ven menguados sus ingresos.

Este es un problema –los derechos de autor en internet, los lectores en línea o los editores digitales– que hoy día está en el aire y verdaderamente es preocupante pero al que, no me cabe duda, se encontrará solución cuando los mercados y las nuevas fórmulas se asienten y estabilicen.

No obstante, debemos recordar también que la red ofrece posibilidades extraordinarias no solo a los lectores sino también a muchos escritores desconocidos que tienen la posibilidad de publicar y dar a conocer su obra convirtiéndose en libreros y autogestionando su publicación sin tener que entrar en el juego editorial. Algunos consagrados ya lo hacen también como Alberto Vázquez Figueroa que ha subido a una conocida plataforma editorial online de autopublicación de libros en español más de 20 obras de descarga gratuita, algunas de los cuales se han publicado en exclusiva con esta web. Otro ejemplo de la difusión de la literatura digital es el esfuerzo de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que lidera la digitalización del patrimonio literario hispánico y lo ofrece con acceso libre desde Internet.

En resumen, estoy convencida de que con el tiempo la edición y, sobre todo, la lectura electrónica se impondrá sobre la lectura en papel que pasará a segundo plano como en su día lo hiciera la tablilla, el papiro o la piel; creo que al igual que desaparecieron los copistas en favor de una máquina artesana llamada imprenta y que esta dejó paso posteriormente a la máquina industrial, la forma de leer cambiará y el llamado “mundo editorial” tal como lo conocemos hoy se transformará y adaptará o desaparecerá, pero para ello, sobre todo, tendremos que “cambiar el chip” y aceptar que está variando un asunto que creíamos inmutable. Hoy día nadie se plantea comprar discos de vinilo en vez de CD’s o mp3, escribir con pluma de ave en vez de con bolígrafo y las cabinas de teléfono prácticamente han desaparecido. Quizá el cambio tarde más o menos en llegar, pero estoy segura de que llegará. Y será bueno.

Considero que la esencia de la literatura no está en acariciar el lomo del libro –aunque produzca placer hacerlo y sea con lo que hemos vivido y a lo que estamos acostumbrados-, sino en lo que trasmite con la palabra, sea cual sea la forma en que se presenta, el conocimiento que se deriva de su uso, y considero también que es fundamental para el progreso de la humanidad que pueda llegar a todo el mundo, que sea universal. Por ello me quedo, para terminar, con esta frase del escritor hondureño Salvador Madrid:

No hay que desconfiar ni hay que temerle a las versiones nuevas de la tecnología, importa la lectura, importa lo valioso que la lectura nos enseña, lo demás es un soporte. Creo que si todas las bibliotecas se volvieran virtuales eso sería maravilloso, la cultura se volvería mucho más democrática, mucho más barata”.


miércoles, 31 de agosto de 2011

Un guion de cine: el "Cuento chino" de Sebastián Borensztein

Muchos guiones cinematográficos surgen de la adaptación de obras literarias; otros, en cambio, se constituyen en sí mismos como tales pues tanto su calidad como su técnica igualan a estas; es el caso de Un cuento chino, comedia dramática que presenta una historia de esquema aparentemente sencillo pero con un guion exquisito y muy bien articulado que, sin ser extraordinario, presenta una factura excelente y original mostrando en cada momento lo justo y necesario para seguir la trama y entender los conflictos que subyacen a los actos de los personajes, aportando pistas y detalles que se van resolviendo a medida que avanza el argumento.

Inspirado en una noticia aparecida en el diario Komsomolskaja Prawda en el 2007, el director y guionista argentino Sebastián Borensztein construye una historia tan entrañable, dura, auténtica y absurda, como disparatada resulta la crónica de los sucesos reales:

(Moscú. Reuter).- Creer o no creer. Ese fue el dilema que se les presentó a los tripulantes de una lancha patrullera rusa al rescatar a los naúfragos de un pesquero japonés: "Una vaca cayó del cielo y nos hundió el pesquero", intentaron explicar los marinos en desgracia al ser rescatados. Ante la duda, los rusos decidieron detenerlos.

La historia llegó a ser publicada por el en una pequeña sección de noticias insólitas e hizo reír a miles de moscovitas.Pero con el tiempo se descubrió que el cuento de los pobres náufragos japoneses era real.

"Miembros de las fuerzas armadas rusas robaron un par de vacas y se las llevaron en un avión.Pero durante el vuelo las vacas se descontrolaron y ante la posibilidad de un accidente aéreo la tripulación se vio forzada a tirarlas al vacío", dice el diario alemán citando el informe de la Embajada. "Con tanta mala suerte -conntinúa- que una de las vacas cayó sobre el pesquero japonés y lo mandó al fondo del mar"

Borensztein utiliza este curioso y grotesco suceso como punto de partida de su historia, si bien el barco hundido no es un pesquero japonés en altamar sino una pequeña barquita que se desliza suavemente por las cristalinas aguas de un paradisiaco lago chino en el que un joven está a punto de pedir matrimonio a su novia la cual muere súbitamente por el absurdo impacto de una vaca caída del cielo antes de que el enamorado pueda ofrecerle el anillo de compromiso. Este ridículo y trágico hecho –un auténtico cuento chino- acaba con los sueños de Yun.

Tras el impacto, que por otro lado no logra arrancar la carcajada por el trasfondo trágico que encierra, y sin tiempo para reaccionar, el espectador asiste desconcertado a un radical cambio de ambiente en tanto que se le sitúa en una rancia y triste ferretería de la ciudad de Buenos Aires donde trabaja Roberto, el segundo protagonista, y en cuya trastienda habita.

Roberto es un ser introvertido, huraño, solitario y maniático que vive sumergido en su rutina, tratando de evitar cualquier contacto con otro ser humano, especialmente aquellos que lo buscan como es el caso de Mari, enamorada de él en secreto desde hace tiempo; veterano de la guerra de las Malvinas, cuyo trauma arrastra y sobrelleva como puede, vive alejado de cualquier placer físico dedicado únicamente a coleccionar de forma casi obsesiva, por un lado, figuritas de cristal que guarda cual tesoro en una vitrina y, por otro, noticias de prensa reales y extraordinarias que recorta y coloca cuidadosamente en un álbum; amante de los aviones –no gratuitamente un avión es el origen del conflicto- cada domingo abandona el barrio en su viejo automóvil para dirigirse a las inmediaciones del aeropuerto donde, al borde de la carretera, tras las vallas de protección, despliega su silla playera y observa durante horas cómo se elevan en el cielo estos pájaros de metal.

Y es durante uno de esos domingos, mientras contempla el ir y venir de los aviones, cuando divisa un taxi al otro lado de la carretera del que es arrojado –al igual que lo fueron las vacas- un chino y, tal como aconteció en el cuento también, este suceso atípico va a transformar su monótona existencia para siempre.

Pese a las rarezas que configuran su carácter retraído y hosco Roberto es incapaz de olvidar su condición humana y abandonar a su suerte este individuo que ha llegado a su lado como caído del cielo y que se halla solo en un país extraño sin saber -pronto se dará cuenta de ello- ni una palabra de español; así pues, lo recoge en su casa y trata de ayudarle a encontrar a su única familia en Argentina (un tío cuya dirección lleva tatuada en un brazo); no obstante, la situación supera el aguante del ferretero y en varias ocasiones trata de librarse de Yun sin éxito pues su conciencia moral y su sentido de la solidaridad hacen que le sea imposible desentenderse de él sin asegurarse de que estará bien.

El vínculo entre ambos se va consolidando a medida que pasan los días, cada uno encuentra su lugar y se va descubriendo a sí mismo a través de la observación y el conocimiento del otro. El efecto que el intercambio genera, especialmente en Roberto, se pone de manifiesto en un episodio repleto de simbolismo: Yun involuntariamente hace caer la vitrina en la que se encuentran colocadas todas las figuritas de cristal y porcelana que comenzara a coleccionar la madre de Roberto y que el hijo ha ido completando con mimo y devoción, haciendo añicos el trabajo de tantos años y uno de los elementos claves que dan sentido a su vida. Así, el chino es también el causante involuntario de profunda brecha que comienza a abrirse en la ordenada, aislada y metódica vida de Roberto que se irá haciendo más y más profunda hasta romper todos sus esquemas sin ninguna posibilidad de recomposición: sus costumbres, sus relaciones, su forma de entender la vida y su visión de futuro sufren un cambio cuyo eje principal será el convencimiento de que el ser humano no está hecho para vivir en soledad sino en sociedad y que ante los vaivenes y las absurdas y difíciles situaciones que nos ofrece la vida es mejor estar acompañado.

El periodo de convivencia de Yun y Roberto, junto al contrapunto optimista y vital de Mari, conforman una historia que bajo la aparente sencillez esconde una enorme complejidad en lo que respecta a lo que pretende trasmitir y que va más allá del manido humor que propicia el enfrentar a dos personajes de todo punto opuestos que no se entienden pero están condenados a hacerlo; el patente choque de culturas es, en fin, sólo una frase pues los protagonistas tienen mucho más en común de lo que en un principio pudiera parecer –soledad, aislamiento, incomunicación- y el temperamento oriental caracterizado por la interiorización de sentimientos es similar a la actitud del protagonista que, por circunstancias diferentes, mantiene su mundo interior a salvo de miradas indiscretas-. Para ambos, por caprichos del destino, la vida dará un giro radical tras el incidente de la vaca.

Borensztein utiliza con maestría el contraste para decir lo que quiere, sin estridencias y sin buscar la risa fácil, presentando una historia en la que se suceden situaciones complicadas en clave de humor pero en las que el espectador no deja de percibir un tono, en el fondo, trágico.

Una historia preciosa, conmovedora, sencilla y compleja al mismo tiempo, entrañable y humana, de sentimientos nobles y sabor agridulce, pero con final feliz; más importante por lo que insinúa que por lo que presenta, esconde alusiones a situaciones y conflictos de la vida y la sociedad actual.

Un cuento chino es, en fin, una fábula magníficamente escrita sobre la soledad, la incomunicación y el desamparo que se materializa en una cinta impecable llevada a la pantalla de forma magistral por unos actores –Ricardo Darín, Ignacio Huang y Muriel Santa Ana- que saben trasmitir con gestos exactos toda la profundidad, complejidad y contradicciones del alma humana.

sábado, 23 de julio de 2011

El haiku: una forma “literaria” de aprehender el momento

Durante los días 6, 7 y 8 de julio se ha celebrado en la localidad albaceteña de Aýna el II Encuentro Internacional de Haiku organizado por la AGHA (Asociación de la Gente del Haiku en Albacete) y la Universidad de CLM.

Aýna es una pequeña población y uno de los parajes más sugestivos de Castilla La Mancha. Se encuentra situada en un incomparable marco natural: el cañón del río Mundo, en la comarca de la Sierra del Segura, enclave abrupto y singular de excepcional belleza que muchos recordarán por la famosa película de José Luis Cuerda Amanece que no es poco, rodada íntegramente en la zona.

Todo el valle del río es una sucesión de encantadores rincones, ideales para la contemplación. No en vano se ha elegido este lugar para el encuentro pues la esencia del haiku es la naturaleza misma y solo de su contemplación pueden surgir tan extraordinarios versos.

No son muchos todavía los aficionados a la lectura o escritura de este tipo de composiciones difíciles, por otro lado, de entender desde nuestra cultura, aunque poco a poco se va introduciendo en occidente y cada día crece más el número de personas que encuentran en ella una de las formas más puras de poesía.

En el curso se han dado cita algunos de los más prestigiosos escritores de haikus (haijines), expertos conocedores de esta técnica centenaria, así como aficionados y curiosos. Entre ellos destacó la presencia de Vicente Haya, profesor invitado de la Universidad de Nagasaki, dedicado desde hace más de doce años al estudio de la poesía tradicional japonesa y gran conocedor de la cultura nipona, discípulo de Reiji Nagakawa, que tradujo al japonés el Ulises de James Joyce.

El haiku cuenta hoy con un gran número de seguidores en los países de habla hispana, especialmente en Latinoamérica, que han podido estar al tanto de las actividades realizadas en el curso a través de la red y que son asiduos colaboradores de El rincón del haiku y otros foros y revistas digitales dedicados a estas composiciones japonesas. Curiosamente la dirección de esta web recuerda el título de un libro que sobre el género publicó en 1999 el uruguayo Mario Benedetti, Rincón de Haikus.

Uno de los primeros escritores hispanoamericanos que se sintió atraído por la literatura nipona en general, y por el haiku en particular, y también uno de los primeros en dar a conocerla en su país, Méjico, fue el premio Nobel de Literatura Octavio Paz con la traducción y publicación en 1955 – junto a su amigo japonés Eikichi Hayashiya- de Oku no Hosomichi (Sendas de Oku) un libro de viajes que combina prosa y verso denominado haibun, una de las obras más conocidas de Matsúo Bashô (1644-1694), considerado el padre del haiku y uno de los cuatro grandes maestros junto a Yosa Buson, Isa Kobayashi y Masaoka Shiki.

Posteriormente otros escritores como Jorge Luis Borges se han acercado de manera ocasional a este género; de hecho, la obra de Julio Cortázar Salvo el crepúsculo toma su nombre del último verso de un haiku compuesto por Bashô y traducido por Octavio Paz


Este camino

ya nadie lo recorre

salvo el crepúsculo.

En España algunos escritores se han aproximado al género con mayor o menor profundidad y acierto como Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén o Antonio Machado al que pertenecen los siguientes versos


Tan solitaria

una pluma de cuervo

en la nieve


que recuerdan demasiado a otros del maestro Bashô


Un cuervo horrible

qué hermoso esta mañana

sobre la nieve

El haiku es una composición breve japonesa formada por 17 moras (unidades parecidas a la sílaba que mide el peso silábico, es decir, la duración de los segmentos fonológicos que componen la sílaba) estructuradas siempre en 3 versos sin rima, normalmente de 5, 7 y 5 moras respectivamente, si bien esta distribución no es fija. Los tres versos que constituyen el haiku presentan siempre una pausa versal, solo una, llamada kire, que normalmente aparece en el primer verso y que separa el texto en dos imágenes confrontadas; generalmente es señalada por un signo de puntuación o una “palabra cortante”, kireji, que se comporta como el elemento estructurador del poema al enfrentar ambas partes. En algunas ocasiones, se acompañan de alguna pintura muy sencilla llamada haiga.

Tradicionalmente el haiku trata de describir fenómenos naturales, especialmente centrado en el cambio de las estaciones, por lo que suele contener una palabra clave denominada kigo que indica la estación del año a la que se refiere. En cualquier caso, lo más usual es que en el verso primero se incluya un elemento del exterior que marca el momento en el que algo sucede, es decir, la ubicación temporal o espacial del poema, y suele tener un carácter estático; y en los dos siguientes, lo activo, el hecho en sí que ha motivado el aware (impresión) y llamado la atención del observador.

El haiku capta un instante especial en el tiempo, presenta un fenómeno puntual que por alguna razón ha conmocionado íntima e intensamente al poeta; pero lo que el haijin pretende no es describir o manifestar esa impresión, no trasmite conceptos o deducciones, no se trata del mundo interior sino del exterior; el haiku representa el hecho en sí, sin juicio ni emoción, sin ningún proceso intelectual. De Bashô es la definición más conocida: "Haiku es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento". Así pues, atiende a lo inmediato, a lo directo.


furu ike ya

Kawazu tobikomu

mizu no oto


Un viejo estanque

Una rana salta:

ruido del agua

(Bashô)

Aparentemente el haiku puede parecer simple pero nada más lejos de la realidad: sencillo, sí; simple, no; y componerlo es todo un desafío puesto que se rige por unas estrictas normas.

En primer lugar, este tipo de composición surge de la necesidad de reflejar –como ya he señalado- un momento de la realidad que produce en nosotros una conmoción profunda (aware) producto exclusivamente de la percepción sensorial sin más; una operación similar a tomar una instantánea fotográfica en la que no cabe ningún tipo de interpretación. Consiste en manifestar mediante la palabra lo que sucede “aquí” y “ahora” y que supone un impacto sensorial para el sujeto-poeta o haijin, si bien el “yo” no existe, no puede aparecer en el poema salvo objetivado. El haiku es un poema del objeto, no del sujeto, y es aquel el que se muestra, el que viene a nosotros y no a la inversa.

El sujeto no es, en este caso, el que va en busca de la “cosa”, del objeto, sino que es él el que, de manera involuntaria, encuentra al sujeto. Surge de un sentimiento, pero no lo manifiesta; se trata de representar con palabras aquello que lo provoca, sin afección ni afectación. Y en este término (afectación) se halla otra de las características esenciales de este tipo de textos: la ausencia absoluta de retórica; su perfección se mide por su sencillez, por eso admite la aparición de localismos o coloquialismos, pero no de figuras estilísticas que derivan la atención y manipulan lo obvio.

Un haiku debe ser claro, transparente, sin dobles sentidos, sin interpretaciones, no admite la imaginación, es tan sensorial como lo es ver la caída de una hoja, una amapola que nace entre cardos, oír el chapoteo de una rana o el silbido del aire entre las ramas de un árbol.

Pero el aware no solo emana de estas bellas imágenes sino que puede producirse ante una realidad fea o desagradable, y ello, si el impacto emocional se produce, también puede ser motivo de un haiku.

El haiku no es literatura; no lo es, al menos, en la forma en que se entiende en nuestra cultura pues un texto calificado como tal se caracteriza especialmente porque en él se produce una manipulación de la lengua con la finalidad de crear belleza –muchos defienden que ahí radica su esencia- y mediante ello se consigue la finalidad que tales textos persiguen, a saber, la sorpresa, el extrañamiento en el lector. En el caso de los haikus ese extrañamiento se consigue mediante el procedimiento contrario, por la falta absoluta de retórica. Se trata de una forma libre de recursos poéticos pero estricta en lo que respecta a la estructura.

No obstante, desde principios del siglo XX han venido apareciendo diferentes escuelas orientales que defienden la posibilidad de innovar o introducir modificaciones que afectan tanto al contenido como a la forma. Podemos citar, como ejemplo, la escuela Shinkeiko que rompe totalmente con la ortodoxia dentro del haiku preconizando la libertad de composición al introducir un cuarto verso que proporciona mayor capacidad explicativa.

Pero la cuestión de si el haiku debe mantener su esencia y ajustarse a los preceptos que los grandes maestros establecieron o si debe adaptarse a los tiempos y evolucionar con ellos es espinosa y suficientemente extensa como para escribir otro artículo. En este he tratado de exponer brevemente algunas consideraciones que entiendo fundamentales para acercarse a un tipo de composición bastante desconocida todavía hoy por occidente.

El haiku tiene su propia historia y hay que recorrerla para llegar al presente y atisbar desde el presente el horizonte.(Vicente Haya)

Yuukaze ya

mizu aosagi no

hagi wo tsu

Viento de la tarde:

las patas de la garza

sacuden el agua.

(Buson)


martes, 28 de junio de 2011

Leonard Cohen: El trovador de la angustia

“Trovador”: Poeta provenzal de la Edad Media, que escribía y trovaba.
“Trova”: Composición métrica escrita generalmente para canto. Etimológicamente la palabra "trovar" significa "inventar o crear literariamente".
“Angustia”: Aflicción, congoja, ansiedad.// Temor opresivo sin causa precisa.// Dolor o sufrimiento.

Quizá, gran parte de los ciudadanos de nuestro país, al oír en los medios de comunicación el nombre del nuevo galardonado con premio Príncipe de Asturias de las Letras, se pregunten quién es Leonard Cohen; y es muy probable que los que sí conocen su obra musical como cantautor sean incapaces de asociar un solo título literario con ese apellido. Por ahí, pues, debe comenzar este artículo, porque más que un cantautor, podemos y debemos decir que Cohen es un escritor que canta, y la concesión de este premio no ha hecho sino reconocer el valor de su trabajo en el campo literario que, como señaló Víctor García de la Concha, presidente del jurado, “sigue la vieja tradición que viene de la Edad Media de unir canto y poesía”.
La calidad y originalidad de sus letras es excepcional, crudas y directas a la vez que románticas y delicadas; si a eso se le añade una voz mágica, nos encontramos ante un artista con mayúsculas que ha ido madurando lentamente hasta alcanzar la plenitud, alternando durante toda su trayectoria la labor de compositor y cantante con la de escritor, más desconocida para el gran público y eclipsada en gran medida por la fama que han adquirido sus temas musicales. Preguntado en alguna ocasión sobre si se considera más escritor o más músico el artista ha declarado, muy poéticamente, que en su caso “la letra se disuelve en la música y la música se disuelve en la letra”.
La necesidad de encontrar una forma artística para expresar los sentimientos se manifiesta en Cohen siendo todavía un adolescente.
“El trovador de la voz cavernosa”, -como la crítica ha dado en denominarlo- cantautor, poeta y novelista, llegó a la poesía, primero, y a la música, después, –según él mismo ha confesado- “a través de la religión y la sinagoga”. Su primer libro de poemas, Let Us Compare Mythologies, publicado en 1956 y dedicado a su padre, refleja, de hecho, las huellas que han dejado en él las dos religiones que lo han marcado como individuo y como artista, y que todavía hoy continuaría impregnando cada línea de sus composiciones: la católica y la judía.

“Empecé a escribir el día que murió mi padre. Recuerdo que plasmé mis sentimientos en un trozo de papel. Luego, rasgué una corbata de mi padre, metí allí el papel y lo enterré en el jardín. Fue la primera vez que establecí una relación entre la literatura y las cosas importantes de la vida”

Y aunque el cantante nunca ha abandonado esta faceta literaria -el desconocido Cohen escritor cuenta en su haber con 16 libros publicados, entre poemarios y narrativa, de entre los que destacan Beautiful Losers, de corte experimental, que es considerada una de las mejores novelas modernas de la literatura canadiense, o Parasites of Paradise - la fama que ha cosechado se debe a su carrera musical que, curiosamente, comienza cuando, con 17 años, siendo todavía un adolescente, forma su primer grupo, los Buckskin Boys, de influencia country-folk; si bien, el reconocimiento del gran público llegaría más tarde, en 1966, año en que Judy Collins hizo famoso el tema Suzzane, compuesto por Cohen y dedicado a la bailarina y esposa de su gran amigo, el escultor Armand Vaillancourt. El primer álbum completo , Songs of Leonard Cohen, saldría a la venta al año siguiente, en 1967, e incluiría una versión de aquel Suzzane por entonces ya muy conocido.
Tanto en sus obras literarias como musicales Cohen nos trasmite su propia visión de la realidad: una visión extremadamente cruda, desalentadora, negativa y realista de la vida y de las relaciones humanas, especialmente las de pareja – "No confío en mis íntimos sentimientos. / Los íntimos sentimientos vienen y van", dirá- mostrando, en ocasiones, hacia el elemento femenino un cierto desapego o indiferencia, e incluso desprecio, aunque en numerosas ocasiones se haya declarado amante de ellas -¿una manera elegante de protegerse?- En este sentido, por ejemplo, es memorable la descripción que en el tema Chelsea Hotel nº 2 presenta de su encuentro “amoroso” con Janes Joplin en una habitación del hotel Chelsea en el neoyorkino barrio de Manhattan:


I remember you well in the Chelsea Hotel,
you were talking so brave and so sweet,
giving me head on the unmade bed,
while the limousines wait in the street.

I remember you well in the Chelsea Hotel,
that's all, I don't even think of you that often.

Te recuerdo bien en el hotel Chelsea,
Hablabas tan valiente y tan dulce,
Mamándomela en una cama deshecha,
Mientras la limusina esperaba en la calle .

Te recuerdo bien en el hotel Chelsea,
Eso es todo, ni siquiera pienso en ti a menudo .

Los temas recurrentes en la obra del compositor canadiense son el amor y el erotismo, el sexo -en ocasiones obsceno y vulgar- la religión como trasfondo y cura para las heridas, y, en ocasiones, la política; todo ello matizado por una constante melancolía fruto de una personalidad depresiva, constante en su vida y su obra, y que, por otro lado, se ha constituido en fuente de inspiración de gran parte de sus creaciones: “El sufrimiento me ha llevado donde estoy” – dirá.
El propio Cohen ha reconocido en numerosas entrevistas este estado emocional casi permanente del que no ha logrado encontrar una razón clara pero que de algún modo el autor relaciona con el alejamiento de sí mismo: “Nunca me he considerado un romántico, ni un sentimental: mi interior es muy realista” –confesó a la prensa hace unos años-; y es quizá esa conciencia de la realidad la que le ha llevado a plasmar de una forma tan dura y negativa las relaciones amorosas, y humanas en general, y a asumir una visión pesimista y angustiada de la vida, razón por la que la crítica lo ha apodado “el príncipe de la angustia”
Y es precisamente ese Cohen inconformista y reflexivo, rebelde y desarraigado, quien destapa como pocos los entresijos y conflictos del alma humana –la suya misma- y, en sus letras, los muestra en toda su crudeza; la parte oscura que el ser humano trata de reprimir sale a la luz en el Cohen más sarcástico a través de las diversas emociones que trasmite con su voz y con su música, capaz de hipnotizar al auditorio desde la primera nota.
Recuerdo con emoción uno de los conciertos de última gira, en el Palacio de los Deportes de Madrid, en el que Cohen estuvo, como siempre, magnífico, elegante, cercano, conmovedor y entregado a su público al que, visiblemente emocionado, agradeció el calor con el que lo acogía. Estar allí y ser testigo presencial de la voz de un mito, compartir espacio con una de las pocas leyendas vivas de la música, fue una verdadera “experiencia religiosa” pues el evento, de hecho, se pareció más a un acto religioso que a un espectáculo musical: desde el primer momento un flujo de energía manó del escenario hacia las gradas y fue impresionante cómo, conforme el concierto tocaba a su fin, el público comenzaba a abandonar sus asientos y con un silencio imponente, atraídos por una fuerza invisible, empezó a deslizarse, como un río humano, hacia el escenario donde permaneció extasiado por la cálida voz del artista. Fue algo emocionante y absolutamente mágico. Su mera presencia y su elegancia dejó sin aliento a los espectadores.
Pero junto a esa voz que acaricia el alma, en sus letras trasmite una angustia y un desaliento del que ha hecho gala y que son consustanciales a su persona, una obsesión por poner al descubierto las zonas oscuras del ser humano.
Cohen no se considera ni un romántico ni un rebelde; no al menos en el sentido estricto de la palabra: su rebeldía, y su denuncia, dirigida en unas ocasiones hacia el exterior (First we take Manhattan), en otras, las más, hacia el interior, no presenta los tintes de una lucha contra el mundo, aunque rechace el sistema establecido, sino que refleja más bien una lucha interior; su rebeldía es una forma de negación del ser que el autor desea transformar en aceptación del propio yo como método para lograr el equilibrio personal y dar solución – en sus propias palabras- “a la presión de la vida diaria”. Todo se limita, pues, al reconocimiento de la identidad personal y del lugar que cada cual ocupa en la sociedad actual, asumido el principio de que esta no puede ser cambiada o transformada.
Esta búsqueda interior supone un viaje a las entrañas del propio ser y todo ello no se traduce exclusivamente en una fuente de inspiración para sus canciones sino que pone al descubierto al Cohen real, persona, y no solo el artista; sus letras presentan en la mayoría de los casos vivencias personales y son el testimonio poético de un largo y tortuoso camino recorrido en la búsqueda de la paz interior y del equilibrio. De todos son conocidos sus excesos, su vida bohemia de drogas, tabaco y sexo, su refugio espiritual en la isla griega de Hydra, o su acercamiento a doctrinas varias como la Cienciología o el zen, aunque – según ha confesado- ninguna de ellas le proporcionó el crecimiento personal que ansiaba.
En 1994, poco después de la gira promocional de su album “The future”, con casi 60 años y tras una relación fallida con Rebeca de Mornay, se retiró al monasterio budista del monte Baldy, siguiendo a su maestro , Joshu Sazaki Roshi con el que permaneció seis años retirado de la vida pública durante los cuales fue ordenado monje, Dharma de Jikan (el silencioso), y en los que le fue asignada la tarea de cocinar para el maestro. El poeta comentaría más tarde refiriéndose a los años de retiro lo siguiente: “no buscaba una elevación espiritual, sino una solución a la presión de mi vida, y me daba igual si eso pasaba por la religión, la cocina o la filosofía. Pero no conseguí entender el concepto budista, me canso intentándolo”.
Bajó de Mont Baldy con energía renovada y una actitud que sin poderse considerar optimista se encontraba alejada de su usual tristeza. Book of longing , en el que se recogen poemas y dibujos de su estancia en el monasterio, fue el resultado de esos años de búsqueda tras los cuales logro una cierta tranquilidad espiritual.
El poeta, no obstante, sigue hoy día manteniendo su pesimismo, su desesperanza y su falta de fe en un ser humano que tiene un alma oscura, repleta de conflictos y deseos insatisfechos, donde viven los recuerdos y el sufrimiento que estos producen y que rara vez muestra ante los demás.
Esas sombras que recorren sus temas, esa presencia del lado oculto, es lo que se halla en la base de la admiración que el cantautor canadiense siente por nuestro más “oscuro” poeta, Federico García Lorca, del que se declara ferviente admirador:

“abrí un libro (de Lorca) por casualidad en una librería de Montreal. Su mundo me resultaba muy familiar. Tenía la sensación de que allí estaba la razón de ser del lenguaje. Era como la música folk bañada por la luz de la luna”.

El escritor español se convierte así en una de las más importantes influencias en Cohen y de hecho su afinidad y aprecio por el granadino es tal que puso a su hija el nombre de Lorca; por otro lado, uno de sus temas más famosos, Take this valtz, es una adaptación del poema de Lorca Pequeño vals vienés.
Leonard Cohen es, en fin, en palabras de Alberto Manzano, “un superviviente” en un mundo, el exterior y el interior, repleto de contradicciones y conflictos; el arte en cualquiera de sus manifestaciones es utilizado a modo de catarsis para dar salida a su frustración y desencanto:


“No creo que este mundo acepte una solución. No creo que este mundo se solucione nunca. No creo que esto sea el Paraíso. Esto es el mundo y, como tal, seguirá torturado por conflictos”

http://www.revistadeletras.net/leonard-cohen-el-trovador-de-la-angustia/

sábado, 23 de abril de 2011

Me gustaría ser… Morgana, Morgan Le Fay

Siempre me ha fascinado el hada Morgana.

A mí, como a todos los niños, cuando era pequeña, me gustaban los cuentos. Mi madre, cada noche, me contaba uno: Caperucita, Garbancito, Blancanieves, Los tres cerditos, Pinocho… Pero mi padre, gran amante y conocedor de la Historia y la mitología, prefería relatarme episodios, narraciones y leyendas, reales o imaginarias, pese a que a veces se veía obligado a ceder a mis requerimientos infantiles de ese mundo de ficción más sencillo. Dioses romanos y griegos, ninfas, príncipes, héroes, reyes, y caballeros cortesanos poblaban mis noches infantiles junto a Cenicientas, madrastras, hadas, brujas y animales parlanchines.

Pero de entre todos ellos recuerdo que mis relatos preferidos eran los que narraban las hazañas del rey Arturo y los personajes que habitaban en su corte. Me encantaba mirar los dibujos que aparecían en los libros: el mago Merlín con su túnica azul de estrellitas doradas; y, especialmente, el hada Morgana, altiva como una heroína de cómic. Me atraía la fuerza que emanaba de su persona, la seguridad y la energía que trasmitía. Y me gustaba especialmente su nombre, sonoro y rotundo: MORGANA. Siempre me llamó la atención porque rompía moldes; no era la típica hada rubia y pavisosa, con su túnica de colores pastel y su varita con estrella en la punta. Al contrario, su gesto no era dulce y sonriente sino serio y decidido, siempre enmarcado por una larga y preciosa melena oscura.

Mi padre -como digo- me contaba las historias de Morgana, obviando detalles escabrosos, y siempre supe que su hazaña principal fue salvar la vida del famoso rey Arturo. No fue hasta mucho tiempo después cuando relacioné este episodio con el don esencial que se asocia a su persona: el poder de curar.

El hada Morgana es quizá el personaje más controvertido de los que pueblan las leyendas del ciclo artúrico. La dualidad de su carácter -que a mí siempre me ha atraído- proviene de las diferentes características que se le han ido atribuyendo a esta figura a lo largo del tiempo y de las variadas interpretaciones que cada sociedad ha hecho de ella: la denostada Morgana ha sido hechicera del rey Arturo, discípula aventajada de Merlín, sacerdotisa, bruja maléfica, hada benévola, sanadora y se nos ha presentado, al mismo tiempo, como amiga y enemiga del famoso Arturo.

Morgana es un hada de la mitología celta; su nombre, Muirgein, significa “nacida en el mar”. También por eso me gusta, por su profunda relación con el mar. Este elemento aparece siempre presente en su leyenda. Vivió durante un tiempo en la corte del rey Arturo desde la que se trasladó a la mítica isla de Avalon (Isla de las manzanas) donde vivía con sus ocho hermanas hadas, reinas de la isla.

La primera obra en la que se menciona este personaje es la Historia Regum Britanniae (Historia de los reyes de Bretaña) escrita por Godofredo de Monmouth, alrededor del año 1135, en la que se nos cuenta que en Avalon vive un grupo de hadas hermanas entre las que destaca la mayor: morena, más bella, más buena, más sabia y más poderosa cuyo nombre es Murgen, que será conocida después como Morgana. En este libro se mencionan todas las habilidades que posee y que le habían sido enseñadas por el mago Merlín: volar, cambiar de forma y curar.

Morgana ha sido desde siempre una de las hechiceras más famosas y poderosas de la literatura occidental; constituye para muchos la clara personificación del mal, el odio y la venganza, así como la belleza ardiente, el deseo, la tentación y, por encima de todo, la pasión. Es un ser capaz de ver el futuro y proporcionar vida y destrucción a partes iguales.

Siendo un personaje contradictorio, el cristianismo medieval tuvo dificultades para asimilar una hechicera benévola por lo que su figura poco a poco se hizo más y más siniestra, hasta que finalmente fue presentada como una bruja que usaba la magia negra que le enseñó Merlín; una feroz enemiga de Arturo y sus caballeros, que odiaba especialmente a la reina Ginebra. No obstante, su mayor hazaña fue rescatar del mar y ayudar al rey que llegó moribundo en barco a las costas de la isla de Avalon, con una herida mortal recibida en la batalla que había mantenido contra Sir Mordered; Morgana lo acogió en su isla mágica, lo acostó en una cama de oro y le devolvió la salud usando sus poderes, administrándole brebajes preparados con hierbas y pociones mágicas.

En fin, ya sabemos algo más de este personaje de ficción que se llama Morgana y que me gusta especialmente porque es un personaje dual, lejos de estereotipos maniqueístas típicos de este tipo de literatura (bruja-hada): no es absolutamente buena ni espantosamente mala, es hada y bruja al mismo tiempo. Nunca me han gustado mucho las hadas buenas, tan bondadosas, tan angelicales, tan ñoñas. Para ser sincera, siempre he preferido las brujas; me resultaban más atractivas, con su traje oscuro de gorro puntiagudo y varita sin estrella, su escoba y su gato negro; me caían mucho mejor.

Con el tiempo me di cuenta de que en la figura de Morgana había algo que tenía que ver con su complejidad y que era lo que me resultaba tan atractivo de ella. Siendo hada, no era la típica figura extremadamente benévola, amable y falta de carácter, tan insulsa. Ella era diferente. Tenía dos caras: una malvada y otra bondadosa. Siempre jugando al despiste: medio bruja y medio hada, maga capaz de destruir y de crear. Misteriosa y espléndida.

Por ello he elegido este personaje. Y también porque los dos poderes que literariamente la definen me resultan muy sugerentes: la facultad de curar y de transformarse.

Creo que sería algo maravilloso poseer la facultad de sanar a los demás, de vencer a la enfermedad y con ello al sufrimiento; de vencer a la muerte. Y, por otro lado, tener la habilidad de poder transformarse y ser en cada momento lo que uno quiera. No se me ocurre nada mejor.

Por todo ello me gustaría ser el hada Morgana: para poder devolver la salud con mi magia y evitar el dolor, y para tener la facultad yo misma de transformarme, de habitar en otros cuerpos y probar otras vidas, de tener muchas experiencias y contemplar el mundo, la realidad, desde cientos de atalayas distintas.

Sí, sería maravilloso.

Pero todos sabemos que la literatura está constituida esencialmente de fantasía, al igual que el deseo de ser uno de los personajes que pueblan sus historias y que sólo podemos hacer realidad cerrando los ojos, abriendo la mente y perdiéndonos en el nebuloso mundo de los sueños.


martes, 5 de abril de 2011

Novela negra a la española: De El lejano país de los estanques a La estrategia del agua. La sargento Chamorro en primera persona.

Mientras cruzábamos Madrid a toda velocidad en dirección a un barrio de las afueras en el que, según nos informaron, había sido hallado el cadáver de un tal Óscar Santacruz, un informático de profesión y al parecer una persona corriente, asesinado de dos tiros en la nuca dentro del ascensor de su casa, miraba de reojo a Rubén y volvían a mi mente los viejos tiempos en los que mi compañero era un inspector ilusionado y activo, meticuloso en su trabajo, con una fe inquebrantable en la justicia, cuya cara reflejaba ahora solo cansancio y decepción. Conducía absorto, de mala gana y en silencio; la puesta en libertad del asesino que gracias a sus esfuerzos había sido detenido y extraditado a nuestro país para cumplir condena hacía unos años le había provocado un enorme desengaño. Vila lo vivió como una derrota personal y una desaparición irremediable de los valores sociales y morales. La sociedad estaba perdida y él, hundido. El asesino esta vez había vencido y el mal, triunfado. Había dejado de creer en la justicia y en el buen hacer e integridad de los jueces. Ahora, sin ninguna gana, debía volver a un trabajo que ya no le entusiasmaba; y yo , sentada a su lado, me preguntaba si era esta la misma persona que años atrás me decía con absoluto convencimiento: “el derrotismo es una falta grave contra las virtudes militares, Chamorro”.
Era una preciosa mañana de primavera, pero ninguno teníamos muchas ganas de hablar; él, por su sensación de fracaso; yo, por mi carácter introvertido del que aún hoy no he logrado deshacerme.
Mirando por la ventanilla del automóvil, recordé con toda claridad cada uno de los casos en los que habíamos trabajado juntos, codo con codo: el jefe de seguridad de la central nuclear que apareció asesinado en un motel cerca de Guadalajara, desnudo y atado a las patas de la cama en una postura bastante ridícula; el cadáver del joven sobrino de un alto cargo político que fue encontrado degollado en un bosque en la isla Canaria de La Gomera; el de la periodista catalana, esposa de Gabriel Altavella, el escritor, que apareció apuñalada en su casa de campo de Zaragoza, y especialmente el que nos unió y que fue, para más señas, mi primer caso de homicidio: el espantoso asesinato de una despampanante sueca que veraneaba en una urbanización mallorquina, Eva Heydrich; todavía recuerdo su nombre y el efecto que me produjo su cuerpo escultural y desnudo colgando de una soga, desmadejado.
Fue hace mucho tiempo, exactamente catorce años, casi tres lustros. Incluso hoy me pregunto por qué me eligieron a mí para ese caso asignándome como compañera del experimentado, cabo entonces, Rubén Bevilacqua, quien –lógicamente- no me recibió, dicho sea de paso, de muy buen grado. Puso bastantes reparos a aceptarme como pareja; era lógico: su ayudante iba a ser una joven de veinticuatro años -demasiado joven- recién salida de la Academia y sin ninguna experiencia; y además, poco agraciada físicamente. Él hubiera preferido – estoy segura- a una agente, con la que ya había trabajado, mucho más atractiva; pero no dependía de él la decisión y creo que en un primer momento me escogieron precisamente a mí por el aspecto físico. Eso lo supe más tarde, cuando me vi obligada a introducirme en determinados ambientes en los que mi apariencia hacía mejor papel que la de cualquier otro tipo de mujer.
También ignoraba entonces que Vila me había defendido desde un primer momento ante sus superiores en la isla y que había reconocido mi valía mucho antes que yo misma.
Miraba a mi compañero, al que ya me unía una íntima amistad, un compañerismo sin fisuras y una complicidad de la que ambos nos sentíamos orgullosos y que se había ido forjando con el tiempo. El brigada Bevilacqua no tenía ya secretos para mí. Y, pese a mi carácter reservado, yo tampoco los tenía para él. Con sólo una mirada, un gesto imperceptible, nos entendíamos a la perfección. No hacían falta palabras. Pero ahora su silencio trataba de ocultar el deterioro de su espíritu. Yo, por mi parte, deseaba comenzar la investigación y trataba de encontrar el modo, las palabras precisas que necesitaba oír mi compañero para volcarse, con toda la determinación que tantas veces había demostrado, en la resolución de este caso, en desvelar por qué alguien anónimo y aparentemente insignificante muere de dos tiros en la cabeza, al parecer, propinados por un profesional.
No sabía muy bien cómo abordar el asunto. Sólo en una ocasión había percibido esa sombra en su mirada; pero entonces yo no sabía mucho de él y no podía imaginar el porqué de que la ciudad de Barcelona tuviera el poder de sumirlo en un estado similar al que ahora dejaba traslucir.
Fue aquel de Barcelona un caso complicado que comenzó en una casa de campo de Zaragoza, en la que apareció apuñalada una conocida presentadora de televisión, Neus Barutell, casada con un famoso escritor catalán que en el momento del asesinato se encontraba en el piso en el que ambos residían de la ciudad condal, en la que se desarrollaron la mayor parte de nuestras pesquisas.
En un primer momento achaqué el estado de Rubén a los roces que provocaba la tensión entre los Mossos y la Guardia Civil, o sea, nosotros, que eran casi diarios, y a los problemas de trasfondo autonómicos que nos causaron durante toda la investigación; pero lo que estaba sucediendo era que esa ciudad había hecho resucitar en él los recuerdos dolorosos de los años que vivió en ella, de su fracasado matrimonio y del hijo con el que siempre ha mantenido una relación menos cercana de lo que le gustaría.
En aquella ocasión –digo- yo sólo pude estar a su lado e intentar poner todo mi esfuerzo al servicio del caso, nuestro cuarto caso importante, que afortunadamente resolvimos en no mucho tiempo. No obstante, creo que esa investigación tuvo bastantes claroscuros para mi compañero pues a los tristes recuerdos de su pasado se unió una difusa relación amorosa que no acabé de conocer del todo.
Vila siempre ha sido un hombre interesante para mí: profesional intachable y persona excepcional. A menudo me sigue sorprendiendo su forma de plantear cualquier cuestión, tenga o no que ver con el trabajo, su habilidad a la hora de abordar cada caso, su agudeza y su intuición, sus reflexiones sobre detalles sin importancia o asuntos de envergadura y el especial punto de vista, siempre o casi siempre acertado, sobre cualquier asunto, máxime si se presenta relacionado con alguna investigación en la que estemos envueltos. Lo considero una persona inteligente, sagaz y buen observador, aptitudes todas muy útiles, fundamentales diría yo, en un inspector de homicidios.
Por otro lado, cuando se decide a opinar o discutir sobre cualquier tema como el amor, la amistad, el honor, la justicia, el poder, el matrimonio , los hijos o tantos otros, al instante percibe que es, además, culto, preciso en sus juicios y profundo en sus reflexiones. Mi compañero es un verdadero ilustrado; de su propia boca supe que había estudiado Psicología antes de ingresar en el cuerpo y que esos estudios le habían sido muy útiles para su trabajo actual, especialmente en lo que respecta al análisis de los comportamientos humanos, tarea que -debo reconocer- se le da excepcionalmente bien y en la que es todo un experto; al mismo tiempo, Vila se manifiesta bastante sarcástico en sus observaciones y comentarios, actitud que sorprende y confunde a aquellos que no lo conocen como yo.
Yo, su compañera Virginia Chamorro. Nunca me llama Virginia; siempre, Chamorro. Me pregunto qué significo yo exactamente para él. Me aprecia, lo sé; y me admira. Pude notarlo desde el primer momento. Él no lo sabe, pero me contaron que defendió y alabó mi labor como acompañante suyo durante el primer caso en las islas, incluso ante Zaplana. Se mostró receloso ante mí, pero no así ante los demás que me veían demasiado joven e inexperta como para ser de alguna utilidad en aquel primer caso que se presentó bastante complejo. Fue, como digo, un asunto complicado en el que formamos un buen equipo desde el principio; tan bueno que hoy día seguimos en él. No concebiría el trabajo sin tener al lado a mi brigada. Y creo que este sentimiento es recíproco. En cierto modo nos necesitamos el uno al otro.
Pero me atrevería a decir más respecto a aquella primera investigación: me atrevería a decir que en algún momento Vila me miró como a una mujer más que como a una compañera, pese a que me tengo por más bien poco atractiva, sosita, anticuada y poco estilosa. Lo recuerdo porque aquello me sorprendió, y me gustó. Son raras las ocasiones que tengo para arreglarme pues soy, al igual que mi compañero, una persona bastante solitaria; y menos aún como lo hice entonces: con aquellos escasos y ajustados vestiditos que casi me impedían respirar, pero se trataba de ser llamativa e incluso seductora. Y seduje, incluso a Rubén que me miraba como si compartiera la casa con dos personas diferentes; hasta se atrevió a lanzarme algún piropo torpe. En otras ocasiones posteriores lo ha vuelto a hacer aunque jamás ha insinuado nada, ni con palabras ni con actos, que yo pudiera interpretar como intento de intimar más allá de lo que requiere nuestra relación de compañeros.
No obstante, estoy segura de que aquel primer verano que pasamos juntos trabajando en el caso de Eva Heydrich tuvo algún momento de debilidad hacia mí y ese hecho fue precisamente el que nos ha permitido continuar trabajando juntos todos estos años, es decir, el ser conscientes, especialmente él, de que cualquier relación diferente a la de compañeros entre ambos podría dar al traste con una investigación; y el trabajo es lo primero. Algo quedó muy claro para los dos entonces: entre nosotros se dibujaba una delgada línea invisible que ninguno, y mucho menos él que era mi superior, nos podíamos permitir cruzar. Y así fue. Así ha sido hasta hoy.
Recuerdo el momento exacto en el que Rubén fue consciente de que esa línea existía y de que era un terreno peligroso en el que no debíamos, no podíamos, adentrarnos, ni siquiera acercarnos: fue una calurosa noche después de terminar nuestras respectivas farsas con los entonces sospechosos principales del crimen, en las que se incluía que yo debía seducir a un exmilitar que pinchaba discos por aquel entonces en Abracadabra y que se llamaba Lucas; la noche terminó con un beso entre Lucas y yo que, al parecer, no gustó mucho a mi jefe. No sé por qué razón, Rubén me interrogó acerca de mis pesquisas pero también sobre mis sentimientos por Lucas, el joven casado que había resultado ser uno de los amantes de la sueca asesinada, con el que yo me acababa de besar – por exigencias del guión previsto y por exigencias también de mi propio deseo- . Cuando le respondí que me parecía atractivo, más que los otros amantes que había tenido la muerta e incluso más que él mismo, percibí en sus ojos una sombra extraña que no acerté a explicar.
Años después, cuando la amistad entre nosotros se transformó en un vínculo indestructible, me reveló lo que sintió en su interior al oír mi respuesta: “en aquel momento en el que me arrojaba a la cara su preferencia por otro hombre, por un sospechoso de homicidio o hasta de asesinato, mi ayudante acertó a estar más encantadora que nunca, y yo fallé cediendo en mi resistencia a ese fenómeno hasta extremos desconocidos. En el último momento pude recobrar el control y dejé que abajo, en un pedacito de mi alma, se quebrara para siempre, una delicada varilla de vidrio que ya no habría ninguna ocasión de enseñar a la luz”. Creo que fue entonces cuando se forjó lo que con el tiempo y el roce se convertiría en una gran amistad, sin resquicios ni dudas.
Me honra la amistad de Rubén del que no sólo aprecio la lealtad, el entusiasmo, el apoyo o la camaradería sino que admiro también su sinceridad, la forma directa de decir aquello que piensa, y que puede molestar o violentar a algunos; de hecho a mí misma me ha causado un sofoco en más de una ocasión: todavía recuerdo, como si fuera ayer, las primeras palabras que Vila me dirigió, al poco tiempo de conocernos, en el aeropuerto de Madrid, antes de coger el avión con destino a las Baleares:

“ Cuando dejemos el equipaje, pasas al servicio, te quitas las medias y las echas por váter.
-¿Cómo?- pregunté.
Por el váter. Las medias. ¿Has visto a alguien que vaya de veraneo con medias? Si no pones atención, esto va a ser difícil, Chamorro.”

Hoy lo recuerdo con cierta nostalgia, incluso con cariño, aunque en aquel momento me pareció un comentario bastante desagradable. Tuvo gracia. Me presenté con medias para ir, o fingir que íbamos, de vacaciones a la playa, en pleno mes de agosto.
A partir de ese momento, sus observaciones fueron fundamentales para mí, y mi actitud y mis sentidos se mantuvieron mucho más alerta. Cualquiera de los comentarios que sobre mi persona haya hecho durante los casi quince años que llevamos trabajando juntos no han hecho sino favorecerme personal y profesionalmente, aunque no siempre los he aceptado de buen grado.
Reconozco que soy ruda en mis formas, seca y reservada, pero creo que hago bien mi trabajo y me considero sensata, buena observadora y perspicaz. Estas cualidades que mis superiores, incluido Rubén, han percibido también son las que me han ayudado a ganarme la confianza y el respeto de mis colegas y, no sin poco esfuerzo, a ascender hasta el grado de sargento que hoy ostento con orgullo.
Tan inmersa iba en mis recuerdos que no me percaté de que el automóvil se había detenido frente a un edificio alto y gris, un poco triste, un poco soso, como muchos otros de Madrid; no oí su voz llamándome desde el portal y tampoco reaccioné cuando Vila me abrió la puerta del coche para bajar a inspeccionar la escena del crimen. Al ver su cara interrogante volví a la realidad y salte rápidamente del vehículo.
No podía imaginar entonces que el caso en el que pronto nos veríamos involucrados, el de Óscar Santacruz, volvería a despertar en él los viejos fantasmas del pasado.