viernes, 23 de abril de 2010

MIGUEL HERNÁNDEZ Y EL IMPRESIONISMO LITERARIO. EL JUEGO DEL COLOR


Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
“Canción última

La obra poética de Miguel Hernández se halla, verso a verso, impregnada de los colores que, desde niño, acompañaron las vivencias del autor. La luz mediterránea de su Orihuela natal le mostró desde la más tierna infancia una amplia gama de tonos que, con múltiples matices, quedaron grabados en su joven retina y que, de una u otra forma, sirvieron con el tiempo para profundizar en la esencia del mundo que rodeó al hombre y al poeta, y constituyeron un punto de apoyo para expresar de forma sencilla las propias experiencias o emociones mediante una especial asociación entre color e impresión, entre color e idea, alcanzando éste un protagonismo notable y mostrando una presencia constante a lo largo de toda su obra. El autor no pudo, ni quiso, sustraerse a la influencia de ese colorido y se sirvió de él como instrumento para ofrecer un nuevo sentido a las palabras y reflejar mejor su alma de poeta de la vida.
No obstante, sería poco acertado considerar que fueron exclusivamente estas experiencias de infancia y juventud las que marcaron tan acusada preferencia por el uso del color como vehículo de expresión, pues si bien definieron su estilo no constituyen la única explicación de la vasta presencia de este componente en su obra.
Hay que recordar, en este sentido, que Miguel Hernández, quizá por su temprana afición al dibujo, mantuvo a lo largo de su vida una especial relación con el mundo de la pintura, arte del color por excelencia, por la que se sintió especialmente atraído. No en vano contó entre sus amistades con artistas de la categoría de Benjamín Palencia, Maruja Mallo, Abad Miró o Fancisco de Díe, autor del cartelón para Perito en lunas y al que el poeta se dirigía como “mi amigo Paco”. El propio escritor, de hecho, solía dibujar , lo cual es una clara señal de la existencia en él de una vocación pictórica frustrada que trasladó por medio de la palabra a su obra y que, por otro lado, influyó claramente en su quehacer poético.
Miguel Hernández es uno de los poetas que ha sabido, como pocos, dominar la técnica de pintar el mundo con una gama de colores que pasa por todos los matices imaginables, si bien, no perceptibles por la vista: la palabra es en él la pincelada con la que refleja una realidad que no siempre le fue amable y que por ello abarca un campo cromático que se extiende desde blanco, el color de la luna, de la infancia y de la felicidad, hasta el negro del luto, de la muerte, de la ausencia y de la soledad, llegando incluso en algunas ocasiones a con-fundirse en un mismo:

Tú de blanco, yo de negro,
vestidos nos abrazamos.
Vestidos aunque desnudos
tú de negro, yo de blanco.

Cancionero y romancero de ausencias. 108

El color como cualidad de las cosas no es más que cierto juego de luz que otorga a los objetos un carácter peculiar o distintivo pero que en la obra del poeta oriolano se transforma y adquiere un nuevo valor recorriendo todo un abanico de posibilidades, constituyendo un arco iris de sensaciones: dolor, amor, guerra, muerte, sufrimiento, paternidad, separación, ausencia y soledad adquieren en su obra un tono propio que será expresado mediante el uso de numerosas y variadas expresiones lingüísticas asociadas al color y capaces de trasmitir el más hondo sentir humano.
Con una más que generosa paleta cromática ha sabido como pocos captar no sólo la apariencia de las cosas, del mundo alrededor, sino trasmitir junto con ello la esencia de la propia alma del poeta; el autor logra plasmar así una visión de la realidad, su visión, que va más allá del propio hecho lingüístico. El color es el vehículo y el instrumento que le permite expresar de forma precisa, ya sea consciente o inconscientemente, sus sentimientos y trasmitirlos al receptor en estado puro.
Tras la lectura atenta de la poesía hernandiana se desvela una ingente variedad de términos que de forma directa o indirecta apuntan al color y acercan al lector no sólo a la apariencia externa de lo descrito o nombrado sino – lo que es más importante- a la impresión que ello causa en el poeta y de la que, a través de dichos elementos, hace partícipe al receptor.
Sus versos, impregnados pues de ese colorido, constituyen una poesía de las impresiones, que apunta directamente al sentimiento cuyo efecto es un hecho que trasciende la mera expresión en sí, de modo similar a como la pintura mediante sus trazos coloristas produce una determinada reacción en aquel que la contempla; los colores, en este sentido, tienen una función tan importante como el propio significado de las palabras. Se trata de una evocación a través de la impresión y, en base a ello, podemos afirmar que nuestro poeta alicantino se encuentra en la línea de los grandes maestros del llamado Impresionismo Literario representado por figuras como Verlaine, Rilke, o Mallarmé cuya intención esencial -como este último declaró- era “pintar no la cosa, sino el efecto que produce”, idea que se halla claramente en consonancia con el concepto que de la poesía representa nuestro autor y que también reconocemos en figuras de la talla de Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez o Rafael Alberti, aficionado como él a la pintura, con los que comparte, además, ese gusto por el uso del color como forma de expresión.
El crítico y escritor argentino Ángel J. Battistessa recoge de manera muy acertada, en un interesante estudio sobre la obra poética de Rilke, algunos de los puntos clave que reflejan la esencia de lo que se ha denominado impresionismo en literatura señalando que dicho movimiento “no tiende a la directa reproducción de las cosas, sino a la reproducción de la impresión que las cosas nos producen. Al impresionismo no le interesa lo que son las cosas en su aristada desnudez objetiva; lo que le interesa -y esto es lo único objetivamente- es el cómo se aparecen esas cosas en una circunstancia o momentos determinados.”
Así entendida la poesía, podemos afirmar que en los versos de Miguel Hernández la palabra evoca, y al mismo tiempo provoca, un cúmulo de impresiones matizadas y concretadas por los campos semánticos o asociativos referidos al color en los que se aglutinan los términos empleados y cuya elección viene determinada, en la mayoría de las ocasiones, por la percepción que de la realidad experimenta el autor y que exterioriza a través de éstos. De ahí que un mismo tono no presente idéntico referente en todas las composiciones sino que se constituya en símbolos diversos, es decir, con un significado especial y único producto de distintas vivencias coyunturales.
Los mismos colores se transforman con cada nueva aparición perdiendo no sólo su valor semántico original sino entrando a formar parte de un campo asociativo específico y diferente. Así, por ejemplo, en Perito en lunas, el blanco se constituye, como símbolo de la luna, en metáfora de lo cotidiano, fruto de la contemplación de la que era objeto por parte del joven Miguel durante las noches vividas al raso cuidando del ganado o simplemente la presencia constante de este elemento en los paseos nocturnos por unas calles que apenas contaban con iluminación; mientras que, por otro lado, en composiciones posteriores, asociado a la nieve, la leche o la luz es capaz de trasmitir todo un abanico de emociones que van desde el amor, la felicidad o el deseo a la rabia, el dolor, la decepción o la soledad:

Tejidos en el alma, grabados, dos panales
no pueden detener la miel en los pezones.
Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
luchan y se atropellan con blancas efusiones.

“Hijo de la luz y de la sombra”

Verde, rojo, moreno: verde, azul y dorado;
los latentes colores de la vida, los huertos,
el centro de las flores a tus pies destinado,
de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos.

“A mi hijo”

De igual modo sucede con el azul, metáfora modernista por antonomasia, con la que, en sus primeros poemas, pinta el cielo mediterráneo de la infancia y que el poeta, todavía no azotado por el látigo de la vida, inocente y feliz, contempla sobre el campo de su Orihuela natal; pero es ése el mismo tono que en el Romancero y Cancionero de ausencias pasa a formar parte de un grave conjunto de elementos lingüísticos que semánticamente remiten a la angustia, al vacío y al sufrimiento que provoca en nuestro autor el dolor por la ausencia del hijo muerto:

El cementerio está cerca
de donde tú y yo dormimos,
entre nopales azules;
pitas azules y niños
que gritan vívidamente
si un muerto nubla el camino.
De aquí al cementerio, todo
es azul, dorado, límpido.
Cuatro pasos, y los muertos.
Cuatro pasos, y los vivos.
Límpido, azul y dorado,
se hace allí remoto el hijo.

Cancionero y romancero de ausencias. 6

Blanco, negro, rojo, nieve, luto, sangre, nata, azul, sombra, luz, dorado o plata son términos que aparecen continuamente en sus versos y que presentan un fuerte componente simbólico: una palabra remite a un elemento diferente del que contiene su significado denotativo mediante asociaciones particulares, y en el fondo de esas asociaciones se encuentra más que cualquier otra relación el color.
El lenguaje del poeta de Orihuela se presenta así como un lenguaje plástico y visual, repleto de términos que sugieren directamente el color o lo insinúan, de metáforas sensoriales en las que la palabra, por su capacidad poética y no sólo descriptiva, aislada o en combinación con otros elementos, logra arrastrar al lector al mundo interior del autor y participa con él de los sentimientos o emociones que pretende transmitir y que van más allá de lo directamente expresado.
Emisor y receptor comparten así una misma realidad y experimentan similares emociones por medio de la impresión que produce la palabra. Mediante imágenes asociadas a determinados colores, bien fruto de la individualidad del poeta, bien establecidas por una tradición anterior, metáforas intimistas o contrastes, el autor logra ir más allá de la propia expresión verbal y consigue exteriorizar aquello que se oculta a la vista.
Para Miguel Hernández, la poesía constituye mucho más que un mero ejercicio estilístico; se convierte en una necesidad vital de expresión del yo que plasma mediante un lenguaje poético cargado de imágenes sensoriales entre las que destacan aquellas que en mayor o menor medida hacen referencia al color.
Y es, en fin, este juego del color el que nos permite penetrar en un mundo de emociones personales del que se hace partícipe al lector y mediante el cual el alma del poeta se torna accesible y de desvela en toda su grandeza.

Todo era azul delante de aquellos ojos y era
verde hasta lo entrañable, dorado hasta muy lejos.
Porque el color hallaba su encarnación primera
dentro de aquellos ojos de frágiles reflejos.

sábado, 17 de abril de 2010

¿Qué es la verdad?

La lectura del último libro de Paul Auster, Invisible, y la reflexión sobre él para un artículo, me han llevado a releer algo que escribí hace unos años acerca del concepto de "verdad", un asunto que siempre me ha interesado y que saca a la luz, como tema central de su última novela, el escritor norteamericano quien, en una entrevista concedida al periódico La Vanguardia, afirma lo siguiente: "La verdad es una de las cosas más frágiles del mundo, no sabemos qué sucede realmente. Incluso nuestra propia memoria se destruye mientras trabaja nuestra experiencia."

El escrito en cuestión, que reproduzco aquí, fue el resultado de numerosas lecturas, especialmente filosóficas, en torno a ese complejo concepto, y con él trataba de responder a la pregunta ¿qué es la verdad?

Tras la lectura de textos acerca de la visión de las diferentes concepciones de verdad a lo largo de la historia y el acercamiento a las reflexiones de algunos filósofos a través de sus libros quiero exponer mi opinión o conclusiones lo cual supone un problema dado que no me considero capaz de dar una definición de verdad breve y precisa ni señalar una concepción con la que me sienta identificada, pues mi reflexión aparece repleta de preguntas y escasa de respuestas, y la búsqueda de éstas sólo da como resultado la multiplicación de aquellas.
La diferentes interpretaciones que los filósofos han realizado acerca de qué es la verdad han surgido en relación a las aportaciones anteriores (en oposición o extensión) y no son, en muchos casos, contradictorias. Estas concepciones diferentes son fruto de un cambio (avance) en la mentalidad, en la sociedad, en los conocimientos, descubrimientos y han surgido de una situación concreta en una realidad que origina y explica cada una de ellas. Según se transforma la realidad, cambia la concepción de lo que es verdadero o de la verdad. Así pues, creo que existe una relación entre realidad y verdad. Es más, pienso que la verdad supone una forma de ver esa realidad desde una situación particular y está condicionada por una serie de prejuicios e intereses particulares (pragmáticos tal vez) o generales (tradición). En este sentido comparto la visión hermeneútica de Gadamer y estoy convencida de que toda verdad supone una interpretación que surge desde una situación concreta y no se puede escapar a ello; así en el momento en que la situación es diferente la verdad también lo es.
Antes de continuar me gustaría señalar que la verdad es algo que preocupa en diferente medida al científico, al filósofo y al hombre corriente y esta especificación me parece esencial a la hora de aportar mi opinión pues las consideraciones de unos y otro son muy diferentes (en cuanto a la razón de poseerlas, la necesidad de ellas, el marco en el que las utilizan...) y eso va a propiciar diferentes concepciones de la verdad. El hombre siempre ha necesitado poseer verdades, pero mientras para los primeros constituye un asunto esencial (no sólo poseerlas sino tener la seguridad de que son verdades), para el segundo no supone un problema de primer orden. Por ello éste simplemente las acepta, asume y utiliza, mientras aquellos las buscan.
En mi opinión, en ciertos ámbitos, como el científico, es necesaria además de útil la posesión de verdades, es decir, de conceptos (teorías, proposiciones, planteamientos...) cuya validez sea demostrable y por ello constituyan verdades que se admiten como objetivas y universales.
En la vida diaria aceptamos como ciertas muchas cosas que, después de un análisis más riguroso, nos parecen llenas de contradicciones. El hombre corriente admite estas verdades, que realmente son creencias en su mayoría, y que tienen validez en tanto son útiles en algún momento presente o futuro de su vida. No hay necesidad de buscar un porqué ni de comprobar en cada una de ellas su veracidad. Mantienen su validez hasta que algún individuo las pone a prueba. Esto ocurre de la misma manera con las verdades científicas supuestamente objetivas, universales y comprobadas ya que cualquier principio científico o teoría deja de ser válida cuando dejan de ser útiles o se comprueba su falsedad o ineficacia.

En la búsqueda de la verdad es necesario y lógico comenzar por nuestras experiencias presentes y parece obvio que el conocimiento se deriva de ellas. De la realidad deducimos o inducimos lo que en cada momento consideramos verdadero, tanto lo comprobable como los conceptos abstractos. La experiencia es la base del conocimiento, tanto el científico como el no científico. Todo conocimiento que, sobre la base de la experiencia, nos dice algo sobre lo que no se ha experimentado se basa en una creencia que la experiencia no puede confirmar ni desmentir. La existencia y la justificación de tales creencias entendidas como forma de conocimiento (y por tanto de verdad) suscita el problema de su grado de certeza, que es el que ha ocupado a científicos y filósofos durante siglos. En mi opinión, esto no supone un problema para el hombre corriente pues, como ya he señalado, estas creencias son validas en tanto funcionan, es decir, su validez se concreta en la utilidad en la vida diaria.
Por último, no quisiera terminar sin hacer referencia a dos filósofos, Habermas y Foucault, cuyas teorías me han resultado muy interesantes: la verdad como consenso, del primero, y la verdad como un mecanismo de poder, del segundo.
En primer lugar, en los comentarios de los apartados anteriores me he referido a la cuestión que nos plantea la teoría del consenso y que es si el hecho de que algo sea aceptado como verdadero por una mayoría (consenso) nos asegura que estamos ante la verdad. Yo no creo en esa relación y pienso que esa verdad consensuada es más bien un mecanismo de ordenación y funcionamiento social (establecer normas de convivencia), siendo válida en ese sentido en tanto que funciona socialmente y eso es lo que determina su validez, más que el hecho de que sea algo verdadero o no, simplemente hablamos de algo válido (en cuanto útil, práctico) para la mayoría a la que supuestamente beneficia y por lo que queda probada su validez (volvemos a la concepción pragmática de base). Por otro lado, esta teoría me parece absolutamente idealista, tanto como la creencia de que todos los seres humanos somos iguales, incluso aunque sea la forma de “verdad” que está funcionando en los sistemas democráticos en la actualidad en los que los individuos creen haber llegado a la verdad o haber adoptado libremente unas normas válidas que convienen a la mayoría a través del consenso.
Por otro lado, siempre ha habido y sigue habiendo una voluntad generalizada de hacernos creer que la verdad no tiene nada que ver con el poder. O, dicho de otra manera, que quien ejerce el poder no posee la verdad o que quien posee la verdad, no ejerce poder. Sin embargo, en mi opinión, mientras se ejerce el poder se trata de hacer valer las verdades propias y suelen rechazarse las ideas ajenas como falsas. El poder siempre se practica en nombre de ciertas verdades y , además, quienes consiguen imponer verdades están apoyados en algún tipo de poder. Obviamente no estoy hablando de un poder por la fuerza, aunque esto sucede en algunas ocasiones, En muchos casos ni tan siquiera el hombre es consciente de su existencia tal es su forma de actuar. Es un poder subliminal, mucho más sibilino; un poder oculto bajo un halo de verdad y que utiliza ésta como instrumento de manipulación que obedece, por regla general, a determinados intereses de índole diversa. En este sentido, creo que las aportaciones de Foucault a las teorías de la verdad han resultado muy interesantes y esclarecedoras.

En conclusión, mi opinión es que no existe la verdad absoluta como algo objetivo, universal y único (ni siquiera en el ámbito científico) sino que existen diferentes verdades o tipos de verdad y que dependen tanto del contexto en el que se utiliza el término o al que se refiere, como del individuo que la presenta. Es lógico que exista una verdad que se aproxime a esa verdad absoluta (el científico, por ejemplo, la necesita) pero por otro lado nuestra realidad está rodeada de muchas otras “verdades”, creencias con pretensión de verdad que asumimos como tales (algunas demostrables, otras, no; unas comprobadas por nosotros mismos, otras heredadas de los demás...) pero que en tanto que nos sirven en la vida diaria muestran su validez y resulta incluso ridículo estar continuamente cuestionándose la veracidad o no de lo que nos rodea si bien es útil, en algunas ocasiones, reflexionar sobre ello pues a veces tras una verdad (aceptada incluso por consenso) se esconde un ejercicio de poder cuya finalidad es la manipulación del individuo con vistas a la consecución de unos fines que suelen responder a ocultos intereses particulares o de grupo.