Siglo I de
nuestra era. Pomponio Flato, “ciudadano romano, del orden ecuestre, fisiólogo
de profesión y filósofo por inclinación” – como él mismo se presenta - recorre
los confines del Imperio tratando de localizar un arroyo de aguas milagrosas
que pongan fin a sus muy molestos problemas intestinales, a saber, diarrea
pertinaz y gases descontrolados. Con ese fin se desplaza de una provincia a
otra siguiendo las indicaciones de un papiro descubierto en la tumba de un
ciudadano etrusco en el que se describen las excepcionales propiedades
curativas de las aguas de dicho manantial. La búsqueda se convierte en un
interminable viaje que se torna “asombroso” conforme se van sucediendo en él
una serie de extraños sucesos que
culminan con el encuentro de una peculiar familia.
Durante su
investigación utiliza el método empírico en su propia persona con el
consecuente empeoramiento del estado que intenta atajar con el hallazgo de tan fantástico
y estrafalario remedio así como un constante deterioro de la salud que a veces
lo lleva al extremo de poner en serio
peligro su vida ya por problemas
internos de su propio organismo, ya por contratiempos externos con que se topa
en sus andanzas:
“Después de un día de viaje a caballo llegué
solo al lugar por donde discurren esta aguas, me apeé y me apresuré a beber dos
vasos, ya que el primero no parecía surtir ningún efecto. Al cabo de un rato se
me enturbia la vista, el corazón me late con fuerza y mi cuerpo aumenta
groseramente de tamaño a consecuencia de haberse interceptado los conductos
internos. (…) Llevaba un rato así cuando oí una poderosa detonación procedente
de mi propio organismo y salí disparado de mi cabalgadura con tal violencia que
fui a caer a unos veinte pasos del animal, el cual, presa del espanto, partió
al galope dejándome maltrecho e inconsciente.”
De todo cuanto
le acontece en tan absurdo periplo va dando puntual cuenta a través de una
extensa carta que dirige a un amigo llamado Fabio y que conforma la novela. En
ella se ocupa de explicar a su colega con gran precisión tanto las costumbres
de las gentes que conoce como los lugares que recorre, además de los episodios
que le suceden en cada uno de ellos o las reflexiones y conclusiones que él
mismo extrae de los acontecimientos. Así, por ejemplo, de un grupo nómada de
árabes nabateos, con cuya caravana viaja cinco jornadas, destaca la humanidad y
buen hacer pues durante la travesía “si
alguno enferma de gravedad lo abandonan en un oasis con un odre de agua y un
puñado de dátiles y la esperanza de que pase por allí otra caravana y reponga
las parcas vituallas de su camarada.” Pero
de este comportamiento se deriva una trágica consecuencia que por otro lado aporta
a la descripción del episodio el toque de gracia: “Como esto no sucede casi nunca, en los oasis que jalonan su ruta no
es raro encontrar esqueletos rodeados de pepitas de dátil”
A lo largo de
las muchas jornadas de viaje nuestro protagonista se ve sorprendido por las ajenas
costumbres de los extranjeros con los que convive, a los que observa y estudia
con la precisión de un antropólogo ofreciendo puntual información epistolar a
su amigo en la distancia a través de exposiciones cargadas de humor e ironía
surgidos del contraste entre las costumbres bárbaras que descubre y la
exquisita educación y forma de entender la vida de un romano de clase alta.
Pero el
episodio más peculiar, núcleo central de la historia, es el que tiene lugar tras
el fortuito encuentro con el tribuno Apio Pulcro y que acontece en una pequeña
aldea de Galilea (una de las cuatro zonas en que por aquel entonces se dividía
la región de Palestina) llamada Nazaret a donde llega acompañando al tribuno
que viaja desde Cesarea para supervisar la sentencia a muerte dictada por el Sanedrín
contra un carpintero del pueblo acusado de haber asesinado a un rico e
influyente ciudadano llamado Epulón. Paradójicamente, el propio reo ha sido
obligado por la justicia a construir la cruz en la que recibirá su castigo pues
el pueblo carece de ellas así como de otro carpintero que pueda fabricarla.
Y es en ese
momento cuando realmente comienza su asombrosa aventura al verse inmerso en una
trama detectivesca instigado y, muy a su pesar, acompañado de un pequeño
ayudante y lazarillo llamado Jesús, un niño insoportable y raro, único hijo del
carpintero, que “contrata” al filósofo para que demuestre la inocencia de su
padre convencido como está de ella. El pequeño, al que Pomponio describe como “rabicundo, mofletudo, con ojos claros, pelo
rubio ensortijado y orejas de soplillo” no ceja en su empeño hasta que
consigue que el romano –al que llama “raboni”(maestro)- le promete descubrir al
verdadero culpable del crimen.
La
investigación se va complicando a medida que avanzan las pesquisas y a ella se
van sumando personajes diversos, de los que gran parte, aunque se presentan con
nombres inventados, son fácilmente reconocibles e identificados por el lector.
Todos resultan finalmente estar relacionados de una u otra forma en una trama
disparatada, entretenida, original y muy divertida. Tanto los protagonistas
como las situaciones en las que se presentan aparecen tratados en clave de
humor y constituyen las piezas de un puzzle que poco a poco van encajando en su lugar hasta
completarse, desvelando así el enigna, con
un conflicto bien resuelto y un desenlace sorprendente.
A lo largo de
la historia son frecuentes –de hecho constituyen la base de la novela y una de
las bazas más importantes del humor que emana de sus páginas- las referencias a
diferentes episodios y personajes del Nuevo Testamento comenzando por el
misterioso embarazo de María, la joven esposa del carpintero homicida, y el nacimiento
del pequeño Jesús; la prostituta Zara –apodada “la samaritana”- cuya hija,
todavía una niña de corta edad pero a la que su madre ya está instruyendo para que
en un futuro siga sus pasos en el
negocio del amor, comparte juegos y amistad con el pequeño Jesús; el mendigo
Lázaro que se presenta al romano como
“el pobre Lázaro, conocido en toda Galilea por su pobreza y por sus
innumerables y execrables llagas”; o, por último, la familia protagonista y sus
parientes, la prima Isabel y su marido Zacarías así como Juan, el hijo de ambos,
del que Lázaro dice ser un rufián porque le hace burla y le tira piedras por
los caminos.
Por ello, no se
trata únicamente de una novela a la vez humorística, hagiográfica y
detectivesca sino que El asombroso viaje
de Pomponio Flato encierra una irreverente sátira que pone en jaque algunos
de los dogmas más consolidados del cristianismo e incita a cuestionarse –o
reflexionar, al menos- sobre algunos de
los preceptos que constituyen la base de la religión como, por ejemplo, la
pasión y muerte redentora o incluso la recompensa celestial de los justos, cuestiones
que, por otro lado, no son sino la recreación del clásico conflicto entre razón y fe:
“Asumir las culpas ajenas no es una virtud
ni beneficia a nadie. Cuando un inocente muere como un cordero sacrificial por
la salvación de otro, el mundo no se vuelve mejor, y encima se malacostumbra.
Atribuir al dolor propiedades terapéuticas es propio de culturas primitivas.”
“Di, raboni, – pregunta el niño Jesús a
Pomponio- ¿por qué Lázaro dijo que los últimos serán los primeros? – Porque es
un imbécil.”
En resumen, se
trata de una historia amena y disparatada en la que tanto los retratos de
personas como de lugares o costumbres son presentados en clave de humor
combinando con maestría la ironía y el chiste fácil, la sátira y el absurdo, la
hipérbole y el contraste. Las continuas alusiones o guiños a personajes y situaciones
reconocibles de la Historia Sagrada así como el tratamiento que de ellos hace
el autor constituyen el contrapunto jocoso, aunque mordaz, a un fondo
irreverente y crítico con las creencias religiosas.
El asombroso viaje de Pomponio Flato es
–en palabras de Mendoza- un libro excéntrico que escribió sin pensar en ningún
momento que estaba escribiendo un libro, “a veces hago un libro como quien hace
un solitario o un crucigrama” -comentó el escritor al ser preguntado por el
sentido y la intención última de su novela-.
Sea como fuere,
sin poder calificarla de obra maestra y, en mi opinión, con algunos vicios
lingüísticos y tópicos de los que el autor abusa, además del uso de interminables
series de elementos escatológicos que aburren por la frecuencia con que
aparecen, no deja de ser una divertidísima, intrincada y original novela de
base histórica, escrita con un lenguaje ágil y elegante –al que ya nos tiene
acostumbrados su autor- que no deja
indiferente pues constituye en sí mismo una burla a la propia expresión.
Se
tata, en fin, de una hilarante historia, digna competidora de la ya mítica Sin noticias de Gurb.
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