Con más de 40 millones de lectores
en el mundo y traducida a más de 30 idiomas, la trilogía de J.E. James se ha
convertido en el fenómeno social y editorial más sorprendente, extraordinario y
desmedido de los últimos tiempos, solo
comparable, en mi opinión, a la saga de Harry Potter, si bien, las ventas solo del
primer libro de las escabrosas relaciones entre Anastasia Steele y
Christian Grey superó las de la saga completa del aprendiz de mago,
según informes del gigante americano Amazon.
Cincuenta sombras de Grey se ha alzado en solo un año con el título de “novela británica más vendida de todos los tiempos”, como afirmó la editorial el pasado mes de agosto, a razón de un millón de copias semanales durante meses, lo que se ha traducido en unos más que escandalosos 145 millones de dólares de ganancia para la empresa y en una no menos millonaria cuenta corriente para la autora en un tiempo récord.
Tras el pseudónimo de J.E. James se esconde una editora ejecutiva de televisión, Erika Leonard, que un buen día decide lanzarse a escribir y que -según se dice- en tan solo un año compone la trilogía completa de lo que ella misma califica como “historias de amor provocativas, solo para adultos”.
No obstante, la novela se gesta varios años antes, como un tipo de narración denominado fanfiction (relato escrito por fans de algún género que utilizan como base las ideas de otro escritor, o sea, un tipo de ficción no original) de la saga Crepúsculo bajo el título Master of the Universe (El amo del universo), es decir, James creó su historia erótica basándose en la trama y utilizando los personajes de la ya famosa Crepúsculo, que fue publicando por capítulos (bajo el nick “Snowqueen's Icedragon”) durante los años 2009 - 2011 en una web gratuita dedicada a este tipo de obras no originales, de la que serían posteriormente eliminados por la autora para, tras realizar algunas modificaciones y sustituir los nombres de los protagonistas, ser presentados como novela original, desligándola así por completo de las historias vampíricas de Meyer. Los pequeños relatos fanfics en el que la tensión sexual no resuelta de los vampiros aparecía consumada, se convirtieron en las tres novelas, cuyos derechos compró la editorial Vintage Books (una división de Random House) que publicó finalmente bajo el título de Fifty Shadows. Pese a los intentos de la editorial y de la autora por defender la originalidad de la obra en comunicados y declaraciones, la “sombra” de la copia planea sobre las “sombras” de Grey. De hecho algunos medios americanos han etiquetado Cincuenta sombras como “Crepúsculo erótico”, y no van, en mi opinión, desencaminados pues las similitudes que presenta con la saga vampiresca son más que evidentes.
Pero dejando aparte la polémica sobre
la originalidad del texto, es innegable que hoy por hoy esta aventura de amor y
sexo se ha convertido en un auténtico fenómeno social; denostada por unos –incluso
prohibida- y alabada por otros, el libro presenta la escabrosa relación entre un rico y atractivo empresario, Christian
Grey, y una muy joven estudiante de literatura, Anastasia Steele. Hasta aquí
nada distinto a otras muchas novelas eróticas de amor y seducción; si bien en
esta ocasión el “romance” entre ambos se aleja bastante de lo convencional pues
los protagonistas -hombre experimentado y muchacha inexperta- mantienen una inquietante
y adictiva relación de dependencia, de dominación sadomasoquista, en la que la joven
es usada como mero juguete sexual para satisfacer las necesidades de su amo-amante,
representando un rol de sumisa que, traspasa el ámbito las propias relaciones
sexuales, condicionando absolutamente su vida fuera del “cuarto de juegos”.
Grey es un personaje manipulador, enigmático, oscuro
y desequilibrado, con un afán desmedido por mantener el control, un individuo
que disfruta sabiéndose superior a los demás. No es solo el sexo, ni por
supuesto el amor -que no siente- lo que
verdaderamente excita a Grey; su verdadero placer radica en ejercer el poder, en
sentirse importante, casi un dios –dios también del sexo- controlando todo lo
que le rodea, especialmente a las personas, a las que intimida con su mera
presencia:
“Para tener éxito en cualquier ámbito… hay
que dominarlo, conocerlo por dentro
y por fuera, conocer cada uno de sus
detalles.”
El placer no consiste solo en el goce sexual sino –incluso más- en el
deleite que se deriva de ejercer una notable influencia sobre la vida de los
otros, en observar su servilismo, ser envidiado y al mismo tiempo admirado, convirtiéndose
en un auténtico “amo del universo” (título original de la historia). La explicación es muy fácil
y se resume en uno de los clichés lingüísticos de la novela: “Porque puedo”.
Lo que descubrimos en el trasfondo de
esta primera parte de la famosa saga no se trata solo de una relación de
manipulación o dominación sexual, nos encontramos ante lo que se conoce como
“erótica del poder” y que va más allá del puro sexo; en esa sensualidad radica
el atractivo del protagonista, que obnubila
a Anastasia y le hace perder la razón, estimula
su deseo y la necesidad inevitable de satisfacerlo. La vida de Ana sufre un
cambio radical tras conocer a Christian y toda ella queda reducida a un único propósito: complacerlo, relegando
sus necesidades propias a un segundo plano.
Con todo, y pese a que la historia pueda parecer un ejemplo de lo
que hoy ha dado en llamarse “violencia de género” , es decir, contra la mujer, en
el libro se plantea una relación libre y consensuada, así la entiende Grey, y de
ahí la necesidad que siente de que ella firme un contrato o acuerdo de
confidencialidad (cosa que nunca llegará a hacer) y la constante repetición de
que solo harán lo que ella desee hacer; en el libro hay escenas de maltrato, físico
y psicológico, es cierto, pero no de malos tratos, como muchos lectores al
parecer han interpretado. En este tipo
de relaciones conocidas como BDSM (sexo extremo y no convencional
basado en el bondage, disciplina y dominación, sumisión, y sadomasoquismo), los
participantes deben acordar el tipo de prácticas que desean realizar; se trata,
en esencia, de un juego de roles en el que uno domina –el amo- y otro es
dominado –sumisa- pero son relaciones bidireccionales, de ambos roles, y ambos, por tanto, deben sentir
placer con ellas: “Esta vez es para darnos placer, a ti y a mí”, declara Grey, pues en caso contrario
la sumisa puede acabar la relación con el amo en el momento que desee lo que
sucede, por otro lado, al final de la primera novela de la trilogía.
El libro está plagado de estos
momentos; de hecho, aparte de los tórridos
y excitantes encuentros, que van haciéndose más violentos y extremos conforme
avanza la lectura, y al mismo tiempo la relación, la novela aporta poco más que
los polvos salvajes y las prácticas bizarras de la pareja: “Yo no hago el amor; yo follo…duro.”, declarará el
protagonista. La trama, pues, es escasa,
por no decir nula; la novela, mediocre, a caballo entre Corín Tellado y el
Marqués de Sade; y el texto se reduce a
describir con todo lujo de detalles las diferentes prácticas sexuales a las que
Grey, hombre atormentado, de oscuro pasado e inestable, somete a Anastasia,
virgen e inocente, seduciéndola y “obligándola” a practicar todo tipo de
fantasías sexuales. Típico argumento de peli
porno que según podemos leer en varias
webs “está poniendo increíblemente
cachondas a cuarentañeras de 37 países”.
No obstante, según aumenta el control
sobre Anastasia el “amo” comienza a verse
amenazado al intuir que sus sentimientos hacia ella empiezan a transformarse y que
el poder está sutilmente cambiando de rol; es ella la que poco a poco controla
de forma apenas perceptible la voluntad
del macho dominador y esta nueva situación que se insinúa consigue hacer tambalearse la seguridad de Christian y abre
la puerta para las dos siguientes entregas de la saga que –debo confesar- no he
leído ni creo que vaya a leer, en las que, según parece, entra en juego el
amor, un sentimiento capaz de transformar la realidad, de cambiar a un
individuo convirtiéndolo en una persona mejor; por amor a Ana el frío y distante
demonio se irá transformando, hacia el final de Cincuenta sombras liberadas, en un tierno y comprensivo ángel, de
sapo a príncipe azul. Un cuento con final feliz.
“Nunca
he dormido con nadie, nunca había tenido relaciones sexuales en mi cama, nunca había llevado una chica en el
Charlie Tango y nunca le había presentado
una mujer a mi madre, ¿qué estás haciendo conmigo?”
La sombra de Grey se ha extendido por
los cinco continentes y, si algo ha logrado, es romper numerosos tabúes respecto
al sexo e introducir en las mentes y en las conversaciones de millones de
lectores de todo el mundo un planteamiento poco convencional de las relaciones
de pareja como algo aceptable, hasta el punto de que gran parte de ellos ha manifestado
haberse animado a explorar el exclusivo
mundo del
bondage. Todos, y especialmente todas, hablan ahora de Grey, de sexo, de
látigos, esposas, azotes y juguetes. La sociedad de todo el mundo ha admitido
la obra y con ello ciertas prácticas sexuales
han pasado a ser socialmente aceptadas. Algunos psicólogos ya han destacado “el potencial
sexual de la exitosa trilogía erótica” afirmando incluso que puede ayudar a mejorar las
relaciones de pareja, y concluyendo que “cuanto
más tiempo pasemos pensando en fantasías sexuales, más bien irá nuestra vida
sexual y será más sencillo que se encienda la llama en la relación de pareja”. La obra, en fin, ha
cautivado a millones de lectores en todo el mundo que se han enganchado a la
saga seducidos por el erotismo que
emana de sus páginas, mediante el cual se sienten transportados a un mundo poco
o nada explorado que ahora abre sus
puertas de par en par, se hace público y se cuela en sus casas; lo que durante
tanto tiempo ha estado oculto se destapa ahora para restablecer la conexión –tal vez perdida- con
el placer, la excitación y el deseo.
Ante este éxito apabullante, algunos
lectores, entre los que me encuentro, se preguntan cómo una obra tan limitada,
tan pobre técnica y argumentalmente, con unos personajes tan planos y poco
creíbles que parecen sacados de una telenovela, una falta absoluta de dominio
del lenguaje, rematadamente pobre, monótono y simplón, saturado de expresiones empalagosas,
machaconas e irritantes del tipo “la
diosa que llevo dentro…” (¡por Dios!), los “gruñidos” y “estremecimientos”
repetidos hasta la saciedad, o el continuo apelativo “nena”, típico cliché de película porno, a lo que se suma una
redacción y un estilo que evidencia serias carencias literarias, ha sido capaz
de cautivar a lectores de todo el planeta hasta convertirse uno de los mayores best sellers de la historia.
En mi opinión, la respuesta es
evidente: el morbo vende, y en este sentido, la historia tiene todos los
ingredientes para triunfar: Rico empresario seduce a jovencita y la arrastra a
un mundo oscuro de prácticas prohibidas. Típica novela de sexo, amor y lujo con
final feliz. Al sexo duro, fantasía inconfesada de miles de mujeres, se le une
otro componente no menos importante en el subconsciente femenino: el hombre
guapo, rico, atractivo y poderoso. Porque si es importante la baza de excitar
la imaginación mediante este tipo de fantasías eróticas, aun lo es más el hecho
de que vengan de la mano del riquísimo, malísimo y atractivísimo Chistian Grey (grey=gris)
que, bajo la apariencia de monstruo inaccesible, esconde un hombre elegante,
delicado, tierno y sensible; el éxito del protagonista –y unas de las claves
del de la novela- no está en su comportamiento violento y déspota, de depravado y vicioso empresario sin
sentimientos, en la imagen de hombre atormentado y esquivo con cincuenta
sombras en su interior (“estoy muy jodido, Anastasia. Tengo más sombras que
luces. Cincuenta sombras más”) sino el otro Grey, el de la cara oculta, el
que arrastra un dolor del que trata de defenderse mediante una coraza de acero
que lo mantiene a una prudencial distancia de los demás, el débil, el que
sutilmente va emergiendo de vez en cuando y se muestra tierno y galante –
paternal incluso-, el que duerme abrazado a Ana y la invita a conocer a su
madre (cuando no la castiga o se la está follando); el que por primera vez se
atreve a practicar con ella “vanilla sex”
traicionando conscientemente su naturaleza salvaje y agresiva.
Por todo ello, según apunta la
crítica, ha sido el sexo femenino el que ha sucumbido a las sombras del señor
Grey y en concreto las mujeres de más de 40, universitarias y jóvenes mamás
principalmente, por lo que se ha calificado la trilogía como “porno para
mamás”. De cualquier modo, sea cual sea la edad de las lectoras, la obra ha
sido catalogada como literatura para mujeres, ¿por qué?, no lo sé.
En opinión de algunos psicólogos “a las mujeres les gusta más el relato
erótico que la pornografía porque fomenta la imaginación” y en este sentido
la propia James ha comentado que “a las
mujeres les gustan las fantasías sexuales porque la parte más erótica de su cuerpo
está dentro de su cabeza”. Cierto. Y como lo sabe bien ha sabido elegir y
combinar magistralmente todos los elementos con los que puede cautivarlas. Para
el sexólogo Manuel Fló “la autora ha dado
con la fórmula, ha sabido plasmar una curiosidad morbosa y tabú que estaba en
la sociedad”.
Personalmente, no comparto la opinión
de la existencia de una literatura diferente y diferenciada para mujeres y para
hombres, y la famosa trilogía no es la excepción. La cuestión es, quizá, que
las Cincuenta sombras han conseguido
que muchas mujeres se lancen a hablar abiertamente de sexo y a reconocer que
consumen este tipo de literatura que es, por otro lado, muy didáctica; ¿o hay
alguien en el mundo, hombre o mujer, que a estas alturas no sepa lo que es un “polvo vainilla”?
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